Cultivando los detalles

El rosal del jardín se despereza tras el invierno. Parece mentira que aquel arbusto anodino, a pesar del frío y la nieve de estos meses, luzca ahora esas brochas de color rojo pasión. Cada mañana que miro por la ventana, un nuevo capullo abierto regala su néctar a los insectos que vuelan excitados entre sus ramas.  

Es tal el espectáculo que los niños del barrio merodean la calle con la esperanza de robar alguna de sus flores. Se ha vuelto habitual volver del trabajo y encontrar las huellas del delito: pétalos de colores esparcidos por la tierra como agonizantes víctimas de su propia belleza.

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Durante los meses de abril y mayo Jordania rejuvenece. Los paisajes desérticos a los que estamos acostumbrados se cubren de una mata verde. Es el momento de mirar hacia el norte, escaparse a Um Qays, Ajloun o Jerash, donde la primavera se exprime a fondo. Las familias preparan sus bártulos para pasar el día en el campo mientras los hoteles de Petra y Aqaba, en plena temporada alta, se llenan de turistas por la Semana Santa.

Con el buen tiempo vuelven los hábitos estivales, como perseguir el olor del jazmín de patio en patio o pasar frente a las panaderías y ver salir el pan de pita recién horneado. En la calle de Wadi Sacra, a la altura de la gasolinera, hay una panadería que vende cinco piezas (recién hechas) por 10 piastras y un manakish –torta de pan típica de la zona- de queso o zaatar (tomillo) por un cuarto de dinar.

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Las tiendas, como ocurría en Siria, desprenden aromas muy familiares: el vapor del maíz recién hervido, el aroma a café mezclado con cardamomo, el humo del narguile o el azahar fundido con la miel del Kunafa (dulce árabe). También con el calor vuelven los hedores desagradables, como el de las viejas tuberías de la casa o el de los contenedores de basura rodeados de gatos hambrientos.

Una vez a la semana bajo al centro histórico de la ciudad para comprar fruta y verdura. El mercado o zoco se encuentra en una calle prácticamente pegada a la mezquita Hussein, a mano izquierda. Allí puedes encontrar productos de calidad a buen precio: tomates, pepinos, patatas, cebolla, calabacines, berenjenas, dátiles, pasas, fresas, hierbabuena… es una buena oportunidad para practicar el árabe y aprender a regatear.

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Rodeando el mercado hay una diversidad de locales para el disfrute de los sentidos. Antes de entrar, en la otra acera frente a la mezquita, hay un puesto de cócteles de fruta desde donde los vendedores te llaman como cantos de sirena. También hay locales especializados en zumo de caña de azúcar, a veces los troncos de las cañas están depositados en plena calle y tienes que saltar por encima de ellos. Hay locales minúsculos que se dedican sólo y exclusivamente a hacer té o café. Son esos locales donde concentras tu odio esporádico cuando los taxistas piden un café justo el día que vas más apurado.

Disfrutar de cada pequeño detalle en el camino hace que todo parezca más fácil. Bajar al balad es olvidar por unos instantes que se está lejos, que no puedes ver a las personas que quieres. Uno puede relajarse por unos minutos y olvidar los retos diarios, que a veces parece que nublan los pensamientos. Y sobre todo, bajar al balad es cultivar lo auténtico y llevárselo a casa.

Autora
Laila M. Rey
laverdadtrasvisible.blogspot.com
@laila_mu

Fotos de la autora

2 Comments

  1. fernanda Rodriguez says:

    Ayer volví de una visita a Amman.Recreo lo visto con tus descripciones y vuelvo a sentir sus olores. Gracias por ello

    1. naturelilith says:

      Hola Fernanda! Gracias a ti por pasarte por aquí.

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