Por Nacho Urquijo.
Es difícil evitar la estatua de Colón en Madrid, dominando desde las alturas una de las arterias principales de la ciudad. También resulta complicado obviar la Estatua de la Libertad en Nueva York o el David de Miguel Ángel en Florencia, atracciones ineludibles para cualquier turista. En Viena, sin embargo, parece que Mozart, el mayor icono global con el que cuenta Austria, no ha tenido tanta suerte.
Para encontrar la plaza de Mozart, es necesario rebuscar entre las callejuelas del distrito cuatro de Viena, bastante lejos del circuito turístico. Por fin, entre una tienda canina y un taller de costura, aparece tímidamente Mozartgasse, la calle de Mozart, un cuasi callejón de unos 20 metros que desemboca en la Mozartplatz, que más que plaza es plazuela. En el centro de este tranquilo lugar, entre negocios cerrados y establecimientos no demasiado transitados, como uno dedicado exclusivamente a accesorios para chimeneas, un restaurante italiano venido a menos y varios bloques de pisos, se erige la estatua dedicada al símbolo nacional de Austria, Wolfgang Amadeus Mozart.
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