¿He vivido en los Balcanes?

¿He vivido en los Balcanes? Todavía no lo sé.

Sé que he vivido tres años y medio en Bucarest y otros tres años y pico en Zagreb. Incluso soy consciente de que ahora vivo en Viena. ¿Están las  tres ciudades en los Balcanes? 

La respuesta es un “depende” desconcertante.

Al principio lo tenía claro. Cuando solo me dejaba guiar por lo que veía, escuchaba y degustaba, no me cabía duda. Veía las calles efervescentes de Bucarest y me recordaban a las de Belgrado. Escuchaba el ritmo de la música que me iba encontrando en mis viajes por Turquía, Bosnia y Rumanía y reconocía los mismos aires orientales y unos dejes con alguna reminiscencia flamenca por todos estos países. Y lo más importante para mí, no dejaba de toparme con la misma comida y bebida por todos estos rincones: se pueden tomar variantes del sarma en Turquía, Rumanía, Grecia y cualquier país de la antigua Yugoslavia. 

Y de repente, el otro día en Viena, mientras buscaba entre las conservas del supermercado, me encontré con una lata de sarma. ¿Pero cómo puede ser? ¿Sigo en los Balcanes? 

Según el escritor A. J. P. Taylor, probablemente. Este respetado historiador del siglo XX acuñó en su libro sobre los Habsburgo una frase que ya he escuchado entre la comunidad de expatriados en Viena: “Asia comienza en Landstrasse, la calle que sale de Viena hacia el este”. Una generalización compartida por uno de los filósofos contemporáneos más famosos de nuestro tiempo, Slavoj Žižek. El esloveno, que a menudo usa el humor para aderezar sus intervenciones, responde con sorna a la pregunta de dónde están los Balcanes: «Cualquier esloveno te dirá que los Balcanes comienzan al sur de Eslovenia, cualquier croata te dirá que comienzan en Serbia, cualquier serbio te dirá que comienza en Sarajevo o Kosovo. Lo irónico es que si sigues yendo más al sur, de repente los Balcanes están en el norte. Los griegos te dirán que los Balcanes están en el norte, pero si le preguntas a un austríaco, te dirá que los Balcanes comienzan en Eslovenia, pero si preguntas a un alemán, te dirá que Austria está ya balcanizado, los franceses te dirán que Alemania ya se parece a los Balcanes y finalmente los británicos te dirán que toda Europa continental son unos nuevos Balcanes con Bruselas como una nueva Estambul».

A pesar de lo que comentan Taylor y Žižek a través de sus respectivos canales de masas, una vez  te encuentras en la vida real, puedes encontrarte posturas completamente contrarias. Así me ocurrió recién llegado a Zagreb, en una cena de empresa, cuando una de las jefas del departamento me preguntó si me gustaba Zagreb y yo le respondí, entusiasmado, que “por supuesto, me encantan los Balcanes y por eso me siento muy a gusto en Croacia”, ante lo que recibí una respuesta mucho más taxativa de lo esperado: “Croacia no son los Balcanes, eso es una palabra turca que les gusta utilizar a los europeos y que no tiene nada que ver con nosotros”. Yo miré mi plato de cevapi, bebí un trago de Pelinkovac y callé por el bien de la concordia.

De esa cena salí decidido a no mencionar los Balcanes en Croacia nunca más. El problema fue que poco tiempo después un compañero de trabajo croata me ofreció un chupito de rakija como bienvenida al nuevo trabajo y me preguntó si estaba “contento aquí en los Balcanes”. De nuevo bebí, desconcertado, antes de responder. “Por supuesto, me encantan los… ¿Balcanes?”Entonces, ¿en qué quedamos? La conclusión a la que he llegado es sencilla: en lo que ellos quieran. Después de llevar más de una década viviendo en el extranjero, he decidido que cada persona es de donde quiera ser, que no le puedes imponer la identidad a nadie y que mientras sea posible seguir disfrutando de un buen plato de sarma desde Viena hasta Estambul, a mí me vale.

Autor: Nacho Urquijo
Foto: la calle Victoriei, en Bucarest, por Mihai Petre

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