No podía estar más lejos. Esa fue la razón por la que mandaron al poeta Ovidio desterrado hasta el sureste de lo que hoy es Rumanía. Hace dos mil años, la región de Constanza, en la costa del Mar Negro, era el último confín del Imperio Romano. Y fue precisamente este alejamiento de la sociedad lo que llevó a un puñado de hippies rumanos en los años setenta del pasado siglo a establecer este lugar como uno de sus destinos vacacionales preferidos.
En particular, estos hippies recalaron en Vama Veche, la última población de Rumanía antes de cruzar la frontera con Bulgaria. Probablemente buscaban aquello con lo que castigaron a Ovidio: la soledad. Para una generación que había crecido bajo el escrutinio constante de la dictadura comunista, este destino dejado de la mano de Dios y de Ceaușescu era perfecto. Allí podían hablar sin bajar la voz y escuchar música extranjera sin temor a que la securitate apareciera por su casa pidiendo explicaciones.
De una forma casi imperceptible, en este pequeño pueblo costero fueron apareciendo tiendas de campaña, primero plantadas sobre la misma arena, para poco a poco ir extendiéndose por las huertas de los lugareños. Los habitantes de Vama Veche, descendientes de los gagaúzos, un pequeño grupo étnico conocido como “los búlgaros de habla turca” y que también habían llegado hasta aquí porque no podían ir más lejos, recibieron de buen grado a los hippies, pues les pagaban por plantar sus tiendas. Un método de aprovechamiento de la tierra mucho menos laborioso que el cultivo.
Se corrió la voz entre la ávida juventud rumana de los años ochenta, que siguieron peregrinando cada año hasta Vama Veche para bailar sobre la arena, cobijados en la oscuridad de la noche y liberados durante unos fugaces días de la opresión de la dictadura y la escasez de oportunidades. Allí, en Vama Veche, eran libres.
La popularidad del lugar continuó tras la caída de Ceaușescu y aún hoy Vama Veche está considerado como un lugar de culto para los jóvenes rumanos de espíritu rebelde, aunque cada vez tengan más dinero en el bolsillo. Cada primero de mayo, fecha que señala el comienzo de la temporada de buen tiempo en Rumanía, las calles de Vama Veche vuelven a recibir a cientos de personas con ganas de desentenderse de sus rutinas.
A pesar del éxito apabullante de esta fórmula de veraneo, Vama Veche aún conserva el espíritu de lugar remoto que probablemente tendría cuando mandaron castigado a Ovidio hasta esta zona. Las calles de la localidad todavía son de arena, la iluminación es escasa y el aire general es de película de vaqueros del lejano oeste, aunque en este caso se encuentra en el lejano este.
Algunas cosas sí han cambiado: la mayoría de la gente que visita Vama Veche ya no duerme en tiendas de campaña, sino en hotelitos u hostales con precios muy por encima de la media de Rumanía. Las hogueras en la playa han desaparecido para dar lugar a discotecas frente al mar, con pinchadiscos residentes y porteros que vigilan la entrada al recinto.
No obstante, el espíritu indómito de Vama Veche sigue revolviéndose para ofrecer al visitante que lo busca una experiencia pura. El mar, la arena y la noche de frente al mar siguen siendo las mismas que hace dos mil años. Y la música, aunque haya cambiado, sigue atrayendo a los buscadores de experiencias a bailar descalzos en grupos de personas que no se conocían al comenzar la noche, pero que ahora se encuentran danzando de la mano, disfrutando de los placeres simples de un lugar remoto en una noche de verano.
Texto: Nacho Urquijo
Foto de portada: Kikiricky
Foto final: Chicochico