Por Adrián Badía
No puedo empezar el post sin mencionar un hecho importante acontecido estos días atrás, como es la publicación de la primera novela del creador y administrador de Diario Expatriado: De todas formas, de Nacho Urquijo. Enhorabuena, amigo -te considero amigo aunque no te haya visto nunca-, por darnos estos pequeños paréntesis, estos trocitos de victoria en este día a día en el que, a veces, dan ganas de tirar la toalla.
Corro por Hyde Park, y, atención, lo hago sin Runtastic. No vaya a ser que vea a unos colegas en la esquina del parque con unas birras y me pare con ellos, siendo la vergüenza de mi muro de facebook: «Adrián ran 200 metres in 50 seconds – feeling drunk :S»
Así que no me arriesgo. Hoy, además, pretendo llegar más lejos, y es que tengo un pequeño truco para correr. Normalmente, y desde el día que nací, hay cosas que me cuesta mucho hacer, y casi siempre acabo abandonando a la mitad. Una de ellas es correr. Soy muy vago para correr. Para otras cosas también, pero correr es una de ellas. Casi siempre que salgo me canso y me vuelvo a la mitad, diciendo que mañana haré más esfuerzo. Y así día tras día. Así que, y aplicando un par de técnicas que he recogido aquí y allá, pongo en marcha un plan.
Paso por el Albert Memorial y recuerdo a Nacho, que tengo que pedir su libro, e intento recordar el número de noticias que he visto en los últimos años -en mi entorno, pues no llegan más allá- de jóvenes que hayan publicado un libro o se hayan lanzado a la carrera de escritor. Recuerdo a Francisco Rivas -he tenido que buscar su nombre en google, sí- y el libro que escribió sobre Las Navas de Tolosa. Aquella batalla que permitió, entre otras cosas, que sigamos comiendo cerdo. 24 años y, por lo que se rumorea, una documentadísima novela encima. A ver si me la leo.
Habrá más, pero no han llegado a mis oídos. Así que, sinceramente, es una alegría. Me pregunto qué habrá hecho, hoy en día, a un joven de más o menos mi edad sacrificar esa barbarie de tiempo -algo sé del asunto, y no se tardan dos días- para escribir un libro. Con la de programas que hay en la tele, la de series buenas, sus estudios, las fiestas, los amigos. Doble enhorabuena, amigo Nacho. Y a ambos.
Mi plan, hasta el momento, funciona. Y es que lo primero que hago es admitir que soy un vago. Hasta ahí, bien. Ahora viene la parte chunga. ¿Cómo le saco partido a esa debilidad? No me negaréis que es difícil sacarle partido a la vagueza cuando de correr se trata. Pues se me ocurre una idea, recordando que también soy perezoso. Vagueza y pereza, siendo la segunda más poderosa en mí que la primera. Ahí está la clave. Sumadas, infalibles.
El Victoria Memorial del Buckingham Palace -hay que ver qué de Memorials tienen, los ingleses estos- está practicamente vacío este martes por la tarde, así que le doy la vuelta, ya en la mitad del trayecto, para dirigirme hacia Green Park. Lo observo sin detenerme y no puedo dejar de recordar a George Villiers, suponiendo que tenga algo que ver con el palacio, ya que fue Duque de Buckingham. Se me va rápido de la mente, pero me alegra encontrar una relación entre dichas cosas. Y, pese a sonar presuntuoso -qué frase fácil para quedar de modesto- me pasa con frecuencia. Pero no soy yo, si no el tiempo que he invertido en leer sobre ello. Desgraciadamente hay muchos detractores de la lectura hoy día. Y no es su culpa -o sí, tampoco los eximamos completamente-, pues se fomenta desde arriba, ya que es beneficioso.
La estrategia da resultado. Vagueza y pereza, como decíamos. Vagueza para moverme, y pereza para hacer algo que me lleve un tiempo exageradamente largo cuando podría estar haciendo otras cosas más divertidas. Así que me propongo llegar lejos, hasta el mismo y mencionado Buckingham, sin importar lo que venga después. Y, ojo, me dejo la Oyster -tarjeta de transporte mensual que tengo pagada por casi toda la ciudad- en casa.
Retorno a Hyde Park por la esquina norte, pensando. Me da pena que estos chavales, Francisco y Nacho, vayan a tener mucha menos difusión de lo que deberían. Me da rabia pensar que se va a seguir conociendo más al tronista de Mujeres Y Hombres y Viceversa, cuya aportación para la humanidad son las tramas de discoteca, que a estos muchachos, cuyo tiempo, labor, documentación, lucha con las comas, noches de café y quebraderos de cabeza han ayudado a comprender, un poquito más, el mundo en que vivimos. O, aunque sea, a calmarlo un poco. Confiemos en que los tiempos cambien, amigos. Por el bien de todos.
Llegando al final, supongo que ya habrá descubierto el lector mi truco. Quizás muchos lo uséis ya, pero ahí va. Nunca sabes a quién puede resultar útil: dejo cartera y Oyster en casa, me propongo un punto lejano cuando aún estoy lleno de energía y ganas, y llego allí como sea. 25-30 minutos. Apenas nada. Pero ahora hay que volver. No tengo un duro, repito, tampoco tarjeta de transporte, y soy demasiado vago para seguir corriendo -si estuviera cerca me volvería sin correr, pero estoy lejos: primer conflicto interno creado- pero también demasiado perezoso para hacer el trecho de vuelta andando, tardar el doble y, además, perderme la cena del hostel. Así que no me queda otra que correr. Segunda debilidad superada. Y, para colmo, me pierdo. Bingo, una hora veinte minutos corriendo en total.
Hay que ver con qué tonterías se divierte uno.
Sandeman Allen House, Septiembre de 2015
Autor (texto y fotos)
Adrián Badía
@AdriBadia
leondeflandes.blogspot.co.uk/
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