Despertando del sueño londinense

Por Adri Badía

Amanezco más temprano que otros días. Bajo a la cocina y, al salir al patio, la luz del sol me deslumbra y me obliga a cerrar los ojos y agachar la cabeza. Despierto de golpe y, creo que por primera vez, soy realmente consciente de que estoy de vuelta. Con todo lo que ello implica.

Los primeros días después de cambiar de vida suelen ser confusos, extraños, donde no sabes si extrañar o alegrarte por los reencuentros, aunque acabas haciendo las dos cosas. Sonríes al abrazar a tus familiares y amigos, tornándose esa sonrisa algo nostálgica y melancólica al ser preguntado por esa experiencia ya pasada, esa vida que dejaste para no recuperarla nunca. Hablas de ella sabiendo que podrán escuchar pero jamás lo entenderán, que nunca serán partícipes como tú tampoco serás de lo vivido aquí, en tu ausencia. Así, las dos vidas, la del que se fue y la del que se quedó, se retoman por el periodo de tiempo que sea –un día, dos, meses, toda una vida- y todo sigue adelante como si nada hubiera pasado. Pero sí. Pasó.

Entro en mi correo y veo un mail de Transport for London, recordándome posibles incidencias con la Central Line. Recuerdo Queensway y la última espera allí mientras los demás seguían su camino. Incluso recuerdo las primeras veces que la recorrí desde Northolt hasta Notting Hill Gate, cuando vivía en zona 5. Un recuerdo me lleva a otro y me encuentro rememorando estos diez meses mientras desayuno, mirada perdida en la pata de Jamón ya terminada, recuerdos y sentimientos colapsándose unos con otros, unos más y otros menos intensos, pero todos ellos aún vivos. Lucho contra todos y cada uno, peleo por acelerar la nostalgia y la desazón, porque ese curso natural que hace que el ser humano sobreviva y siga adelante me invada de una vez por todas, y los puñales vayan saliendo para dejar hermosas cicatrices que reflejen otra bella época de mi vida.

Porque podré volver a vivir en Londres, pero no será esa misma vida. Como todos hemos escuchado más de una vez, los lugares los hacen las personas. Y si me permitís extender este dicho un poco más, creo que después de hacer un lugar, dichas personas han compartido tanto que podrán seguir creando todos los lugares que deseen. Sean más o menos fugaces, lejanos, raros, reales o virtuales. La mayoría de las veces no se vuelven a ver en meses o años, quizás nunca. Pero si han vivido lo que he vivido yo, todo ello volverá y aumentará en el momento que compartan otra caña en cualquier parte del mundo.

No es fácil irse, pero tampoco es fácil volver. No es fácil empezar algo que sabes que llegarás a amar, sobre todo cuando también sabes de antemano que pararás de hacerlo algún día, sea porque quieras o porque te veas forzado a ello. Somos torbellinos que arrasamos con todo, golpeando unas veces y siendo golpeados otras. Tomamos decisiones de muy diversa índole, anteponiendo unas cosas a otras, y unas veces salen mal y otras bien, aunque hace falta mucho tiempo para hacer balance efectivo de las mismas. Hay veces que elegimos con el corazón, dejando todo atrás por lo que nos hace feliz y nos quema el alma en el momento, arriesgando todo sin ninguna garantía. Eso nos hace sentir vivos, y no nos importa sufrir después, o darnos cuenta de nuestro error. Aunque quizás fue un acierto, el más grande de nuestras vidas. Otras veces priman la templanza y la razón, y elegimos mirando más allá, sufriendo ahora para esperar la calma que vendrá después. Sea por apego o por instinto de supervivencia, esta es la decisión que más suele primar entre nosotros. Normalmente sale bien, porque no somos dados a reconocer errores pasados, a aceptar que aquella decisión nos robó más de lo que nos quitó en nuestra vida. Es difícil aceptar que la has cagado a gran escala, y que no tiene vuelta atrás. Pero así ha de ser, porque ninguna decisión es mala en cuanto a aprendizaje se refiere. Porque toda decisión tenemos que hacerla buena para seguir adelante después de aprender su correspondiente lección. Esto, la vida, como dice Santiago Posteguillo en “Circo Máximo”, y que también se aplica a cualquier ámbito de la vida, es una carrera de fondo: no gana el que llega primero, sino el que consigue completar todas las vueltas y sobrevivir.

Sobrevivir en términos de mirar atrás cuando veamos que el chiringuito cierra y decir, a nuestro interior -pocas veces lo diremos a terceros si no es así, a mi parecer. Por las aceptaciones antes expuestas -, que estamos orgullosos de lo que hicimos y de lo que dejamos. Y yo miro Londres y no me importa proclamar a los cuatro vientos que lo estoy, porque mi gente de allí me lo hizo ver así. Seré honesto: si no lo estuviese probablemente no escribiría esto. Ya sabéis, aceptación y tal. Así que intentaremos seguir haciendo crecer esto desde donde estemos, como siempre lo hemos hecho con otras vidas y experiencias que hemos tenido. Esas que reencuentras al de un tiempo y, después de un ligero intercambio de historias, todo sigue igual. Y se vuelve a Bilbao, Azuaga, Córdoba, Málaga, Bélgica, Londres, Cracovia, Luxemburgo, París, Nepal o a la madre que nos parió, y nada cambia.

Así que supongo que eso es. Quiero desear muchísima suerte a la gente que dejo allí, aunque viendo cómo luchaban el día a día -más me gustaría a mí haber tenido los cojones que tenían algunos allá arriba- no se ni si la necesitan. Saben que me tendrán de aquí para allá con las puertas abiertas, igual que ellos las tendrán para mí. Y si no voy con un ariete, así que tened cuidadín. Nos vemos en Inverness Terrace, Bayswater, en el Prince Alfred, en el libanés de Westbourne Grove, en el Toys R us de Lilywhites, Sainsbury’s y comprando Chicken Mayos; Hyde Park y Regents Park, Leicester Square, Carnaby Street, Picadilly, Temple, Zoo Bar, Salsa Bar y Koko, en Camden; en la Central Line, Picadilly, Bakerloo, Circle y District, también Northern; en Finchley Road y Willesden Green, Oxford Street, en Covent Garden, Tower Hill y Tower Brigde, bajo el Big Ben y enfrente de Buckhimgam después de cruzar Green Park, en Whitechapel con Jack el Destripador, a muchos en el British Museum donde tuvisteis que aguantarme, en mi querida Trafalgar Square con una Whopper o entrando al National Gallery; en el cementerio de Highgate, en Shoreditch y su bolera, en el Winter Wonderland, en Wetherspoon y en el Jaime Olivers, en la 125, 228 y 431, en Chelsea, jugando a fútbol en Aldagate y Mile End, guitarreando en el 40 y en el 33, comiendo croquetas en Portobelo Road y Kentucky en Notting Hill, en el museo de la guerra y los Studios Harry Potter, y por último en aquella parada de bus de Bayswater road, donde susurré “vete ya. Ve” como el que sentencia una parte de sí mismo.

Por enésima y última vez, gracias a todos. Os deseo todo lo mejor, que seguro tendréis tras esta dura lucha que nos espera. Hace tiempo que perdí el miedo, así que hasta me atrevo a añadir algo a las palabras del maestro Humphrey Bogart: “Siempre nos quedará Londres, que es nuestra París”. Además, estreno nueva firma. Será imposible estar a la altura, pero por qué no intentarlo.

Hasta siempre, compañeros.

El conde de La Fère

@AdriBadia
leondeflandes.blogspot.co.uk/

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