Sobre el sol berlinés

Por Ignacio Urquijo

Al principio no entendía por qué los alemanes tenían esa fijación por el sol. Los veía tostarse en alguna de nuestras playas, hasta ponerse peligrosamente rojos, y no comprendía por qué les producía tanta felicidad quemarse la piel. Después de una temporada en Berlín no solo los he entendido, sino que he empezado a imitarles. Son tan duros los días de gris plomizo y lluvia cansina que en cuanto se abre el cielo y aparece un rayito de sol -a veces cada tres días, otras cada tres semanas- uno corre a cerrar los ojos, poner una sonrisa de bobo y dejarse acariciar por el calor reconstituyente.

Esta querencia por la luz y el astro rey ha configurado en parte la fisonomía de la ciudad. Las viviendas en Berlín cuentan con ventanales enormes que, para desgracia de los trasnochadores, no suelen ir acompañados por persianas. Además, la necesidad de aprovechar los días claros también ha provocado que el ocio de los alemanes, en cuanto tienen oportunidad, se centre en lugares sin tejado. Les encanta especialmente preparar barbacoas en los parques públicos y bailar en unas discotecas al aire libre conocidas como ‘open air’.

(Click sobre las fotografías para aumentar)

Hace un par de domingos decidí dejar el ‘Arbeitsbuch’ en casa y conocer tranquilamente uno de estos ‘open air’ a la orilla del río Spree, con arena artificial y una pista de baile donde jóvenes modernos y tatuados -a los que ahora se les llame ‘hipsters’- bailaban descalzos a las cinco de la tarde como si fuera de madrugada. Nada raro en Berlín. No tuvimos suficiente con pasar la tarde al sol y decidimos despedirnos de nuestra estrella favorita buscando un lugar desde el que ver el atardecer. Fue entonces cuando a alguien se le ocurrió ir a una antigua fábrica de hielo abandonada para contemplar la puesta del Sol desde su azotea.

El plan sonaba muy bucólico hasta que llegamos al edificio: una mole de ladrillo de varios pisos, con quicios sin puertas, paredes repletas de graffitis y un grupo de personas sin hogar cocinando en un rincón junto a la entrada. A pesar de todo, o gracias a eso, el lugar tenía mucho encanto. Si conseguías no caer por alguno de los agujeros que en algún tiempo daban a habitaciones y ahora solo al vacío, era posible llegar hasta el último piso, donde un grupo multitudinario de jóvenes esperaba, con una quietud de celebración religiosa a que el Sol por fin nos dijera hasta mañana.

(Click sobre las fotografías para aumentar)

Al salir del edificio alguien me comentó que este tipo de lugares tienen los días contados en Berlín. Junto a la antigua fábrica de hielo han construido un moderno edificio de oficinas que a su vez comparte calle, unos metros más allá, con un centro cultural situado en un bloque de viviendas semiocupado. Tanto contraste no parece compatible.

Ahora mismo en Berlín se está librando una batalla silenciosa y casi imperceptible para el turista. Recientemente tiraron parte del emblemático muro de Berlín para construir apartamentos de lujo. Lo hicieron con nocturnidad y probablemente también con alevosía, como suele ocurrir en estos casos. Los responsables fueron un consorcio de inversores aglutinados bajo el nombre de Mediaspree, quienes pretenden reorganizar grandes zonas del Berlín oriental para construir oficinas, hoteles y apartamentos para personas con alto nivel adquisitivo. Podría parecer que no hay nada que objetar: tirar las fábricas abandonadas y construir hoteles. El problema, como recoge el diario ‘Spiegel Online’, surge cuando se formula la siguiente pregunta: ¿quién debe disfrutar de estos lugares?

Los opositores a Mediaspree -hasta 30.000 vecinos dijeron no al proyecto en un referéndum, según cuenta ‘The Economist’– defienden el uso público de la ribera del río y una reurbanización contenida. Su mayor temor radica en que la transformación de la zona expulse del barrio a la mayoría que no pueda permitirse vivir allí.

A uno le da por pensar que en parte nosotros -los españoles- empezamos así: hoy te construyo un auditorio, mañana un aeropuerto, pasado una ciudad de las ciencias. Y de repente nos rodeamos de cosas que no utilizamos y se nos olvida que los atardeceres son gratis.

Nota: este post fue escrito originalmente en Junio de 2013 en El Periódico Extremadura. Lamentablemente, las entradas a esta fábrica fueron tapiadas a finales de 2013 y se ha visto a un guardia de seguridad vigilando que nadie acceda al recinto…

Autor (texto y fotos)
Ignacio Urquijo Sánchez
www.ignaciourquijo.wordpress.com
@nachourquijo

 

1 Comment

  1. fernanda Rodriguez says:

    Hay cosas que son universales el deseo de lucro desmesurado, el hacer cosas que solo valgan las determinados niveles adquisitivos … lo que no quiere decir que deban ser permitidas, el mundo será otro cuando pensemos en que los demás también tienen derecho

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *