Por Silvia Sánchez
Yo siempre he sido una chica de ciudad, alguien que encuentra reconfortante el sonido ajeno del tráfico, disfruta moviéndose entre líneas de metro y no echa de menos el mar en verano. Nunca me apasionaron las excursiones al monte, y aunque durante mis veranos en el pueblo disfrutaba de algunos baños en el río y meriendas en la pradera, el pánico que tenía a cualquier tipo de insecto -especialmente avispas- eclipsaba todo lo demás.
Mis destinos de viaje casi siempre han sido ciudades, deambular por calles desconocidas siempre me interesó más que pasar el día andando entre montañas y bosques.
Después me mudé a Edimburgo. No sé si alguna vez he mencionado que jamás había visitado la ciudad… Y para mí Escocia por entonces solo era sinónimo de pelirrojos, gaitas y whisky. Menudo cliché, ¿verdad?
Hasta que un día, en esas primeras semanas de conocer a alguien en las que estás en el estado de tirarte por un precipicio si esa persona te lo pidiera, dije que sí a ir de camping a las Highlands. Yo, ¿de cámping? Ni saco de dormir tenía. Y mi sorpresa fue, tras 4 horas de conducir, descubrir que no había cámping. Nada de una porción de terreno cercado con números para las tiendas de dormir y baños con duchas. Él se refería a wild (salvaje, literalmente) camping, o lo que es lo mismo, al aire libre. Y a mí lo único que me preocupaba era cómo de salvaje eso iba a ser…
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Encontrar un lugar donde plantar la tienda no es difícil. Con más de 30.000 lagos, solo hay que apuntar a cualquiera en el mapa. Wild camping está permitido en Escocia, siempre y cuando se siga el código, véase, no dejar trazos de hoguera, no dejar basura, no dañar árboles… Sentido común para muchos, pero siempre me pregunto qué pasaría si en España dejaran acampar al libre albedrío…
Tienda en su sitio, empieza a anochecer. Sentada en mi aislante, cerveza en mano, me siento en armonía. De repente, como si alguien hubiera subido un interruptor en mi cerebro. Sin palabras.
Durante el resto del viaje, cuanto más nos alejábamos de nuestro lugar de origen, más feliz estaba. De manera inexplicable, oír hojas crujiendo en mitad de la noche o mosquitos acribillándonos ya no me importaba. O no tanto… Cuando me quise dar cuenta estaba marcando lugares en el mapa para pasar noches futuras.
Y me encuentro escribiendo esto nada más volver, otra vez, de las Highlands. Esta vez a un hotel durante dos noches, como capricho de última hora y porque solo se puede acampar al aire libre de mayo a septiembre (sin congelarse). Para los menos aventureros, la opción de alquilar una cottage (o castillo) durante unos días y explorar los alrededores es más que asequible.
Jamás pensé que disfrutaría de mis vacaciones recorriendo lugares remotos del noreste de Escocia, pero desconectar (pero de verdad, en la mayoría de sitios no hay señal movil) se ha vuelto imprescindible para mí, y algo sobre la sensación de dormir en mitad de la nada sabiendo que no tienes a nadie a kilometros de distancia que no puedo explicar…
Autora (texto y fotos)
Silvia Sánchez
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