Por Carlos Fernández
Cuando llega la “sexta-feria” en Sao Paulo -el viernes-, a veces pienso que hasta John Travolta adelanta su fiebre de sábado noche para disfrutar del fin de semana. Te quedas en la ciudad o te vas a la playa, pero sales de la rutina. Y todo bajo un plan que normalmente acaba derivando en una cosa diferente u otros muchos planes. Algo que puede gustar u odiarse. Así es Brasil: una realidad contraste, tan difícil de entender, que ni los que nacieron aquí pueden darte una idea exacta de lo que está ocurriendo. La sensación es la misma a cuando sales de la ciudad y empiezas a adentrarte en plena naturaleza para ir a la costa, de repente, cuando todo parece perfecto, natural y verde, te encuentras un complejo industrial que no deja de expulsar humo.
A mí me encanta Brasil. Tal vez porque desde un primer momento he tenido la suerte de convivir con brasileiros haciéndome a sus horarios, comidas y concepción de vida. Me atrevería a decir que son uno de los pueblos más abiertos del mundo. Llegan, se autopresentan, estás con ellos, y al partir: “prazer” y un abrazo. Un gesto tan bonito como su tierra, bendecida con una diversidad cultural, étnica y paisajística, tan inmensa, que es imposible abarcarla en su plenitud. Nunca vas a ver nada igual. Es un paraíso. Sin embargo, cada vez que hablo de «paraíso» recibo dos respuestas de los brasileiros: la pesimista y la neutra, “tiene sus cosas buenas y malas”.
La primera potencia económica de América Latina, y una de las principales del mundo, convive en una desigualdad socio-cultural de 8 clases sociales(A1, A2, B, C,D, E, F, H), según la consultora Target, en la que, de un escalón a otro, hay una diferencia salarial doble. Sueldos muy excesivos, excesivos, normales, irrisorios o sin sueldos. Por no hablar de los que llaman «subempleos»: gente encargada de transportar a la espalda carretas con mercancías cual coches, de abrir puertas, de ser carteles humanos o de controlar -de forma ilícita- los aparcamientos. Personas ricas y pobres, que conocen mundos diferentes, que dejan textos como el del profesor David Coutinho, “o menino rico e o menino pobre”; o datos, como que tenga el 53% de agua potable de América del Sur, sólo para un 75% de la población.
Las cosas han mejorado, pero aún quedan atisbos de esa esclavitud de 350 años , al parecer abolida; el recuerdo de los latigazos que muchos descendientes recibieron en una colonización bajo un tablero de Monopoly donde las personas eran mercancías para explotar recursos. Un hecho catastrófico, al que más adelante se unió una dictadura militar, que han dejado un sistema democrático corrupto en sus tres poderes; y una policía, también militar y corrupta, que usa el miedo como herramienta de control y es capaz, de absolutamente todo, por dinero.
La inversión en servicios públicos brilla por su ausencia, la gente va enlatada en metros y autobuses. Lo de arriba no funciona, todo es desigual, por lo tanto el escenario de crecimiento se ve manchado por un panorama delictivo de personas pobres, drogadictas y traficantes, que están en todas partes, pero que tienen su representación en unas favelas que impresionan a la vista. Lejos de una concepción de hogar, que apenas se tienen en pie.
Precaución
No es que sea un gran medidor de seguridad, pero el 90% de los coches en Sao Paulo tienen los cristales tintados, y a ser posible cerrados. Y aun así, a veces no es suficiente. No lo fue para un conocido que perdió 200 reais y su móvil mientras era amenazado con una pistola en la cabeza desde su coche en pleno atasco. Nadie hizo nada, de hecho salió ileso tras no resistirse, “para ellos su vida no vale nada, por lo tanto, la tuya tampoco”.
Estar despierto, tener precaución, saber por dónde te mueves, no aparentar nada, y sobre todo, no tener miedo. Si haces estas cosas no tendrás ningún problema. Al principio puede dar pánico, pero te acostumbrarás y crecerás; y entenderás el porqué hay respuestas pesimistas y neutras que no encuentran más solución que una gran revuelta. Los ojos están puestos en el mundial de fútbol, el momento perfecto de mantener distraído al pueblo o dar a conocer al mundo que la gran parte de la población está cansada de esta realidad. No parece preparado para albergar tal acontecimiento, faltan apenas 90 días y hay estadios sin construir que apresuran sus obras en una operación perfecta para el blanqueo de dinero; aun así, el país ama este deporte y seguro se volcará en ello.
Hoy es “sexta feria”, saldré a la calle, con o sin John Travolta, como lo hago todos los días, y no voy a morir, ni ser robado. Sí tendré precaución y veré cosas desiguales. Un escenario de paisajes, gastronomía y gentes de ensueño que viven bajo una complejidad en su día a día, en la que los atascos de horas pueden ser lo menos que preocupa. Que puede gustar u odiarse, pero que merece la pena ver con los propios ojos. Sigue creciendo el país contraste, tan difícil de entender, que ni los que nacieron aquí pueden darte una idea exacta de lo que está ocurriendo, de lo que va a ocurrir.
Autor
Carlos Fernández
carlosfernandezgomez.blogspot.com
@Carlosfdezgomez
Esta entrada fue publicada originalmente en el blog Camino…