El lado oscuro de emigrar

Por Cristina Sanabria

Honestamente, he de decir que la palabra emigración suena bien. Bucólica. Idílica. Reminiscente. En definitiva es una palabra aguda que termina en –on, como adaptación, afrontación, contratación, anhelación, aspiración y acordeón. Menos ésta última palabra, el resto son fases por las cuales todo inmigrante se siente identificado.

Antes de partir a Australia la frase más repetida fue:

-¡Me voy a ir a vivir a Australia!

-¡Jo tía qué guay! ¡Qué envidia!

Y yo pensaba: Sí sí muy guay, pero hazlo tú, que no es tan fácil. Tiene su parte preciosa. Te sientes libre, aventurero, lleno de adrenalina, cargado de energía por descubrir un nuevo lugar y comerte hasta el último rincón. La gente te envidiará porque TÚ te has atrevido a hacerlo, cuando otros solo son capaces de admirar algo que ellos nunca podrán hacer, pero TÚ sí hiciste. Te sientes orgulloso de ti y de tu capacidad de afrontar nuevos retos en la vida. Pero a pesar de que siempre merecerá la pena, y  que siempre la balanza será positiva. Viajar vivir y volar también tiene su lado oscuro.

Es muy difícil decir adiós, porque ellos te dicen adiós a ti, pero tú dices adiós a cientos de ellos. Y duele. Los adioses duelen. Intentas reprimir las lágrimas, intentas no darte la vuelta en el aeropuerto,  hacerte la despistada y salir corriendo, fingir que no has podido despedirte, pero no es así, es porqué no has querido, porque hay veces o hay personas a las que no eres capaz de decir adiós.

Una vez que superas ese momento, llegas a tu nuevo destino, el que será tu nuevo hogar, y te tiras una semana entera sin pestañear para no perderte ningún detalle, para grabarlo todo en tu mente, disfrutar y dejarte llevar, pero no puedes, porque el ansia te lo impide. El ansia de lo desconocido, del qué será de ti. Dónde viviré, dónde trabajaré, quiénes serán mis amigos. Lo quieres tener todo, pero no tienes nada, porque es el principio y no el final. Entonces asimilas que el tiempo será el que te ponga en tu lugar.

Por todo inmigrante es sabido que la peor parte es buscar trabajo. Es horrible ese momento en el que tienes que entregar  tu currículum por millones de sitios y decir «Can I talk to the manager?? And also, Can the tierra tragarme?» En el caso de Sydney, es igual que en cualquier lugar del mundo. La dinámica consiste en hacerte un CV de mentira donde digas que has sido camarera toda tu vida, o has trabajado en tiendas, o que has cuidado niños por siempre jamás. (Absténganse de leer este artículo gente con trabajo bien, como ingenieros, porque entonces serás esponsorizado y no tendrás que hacer el pardo buscando un trabajo que jamás has hecho.) Pero si eres periodista como yo, y quieres vivir en Sydney, ¡bienvenido al mundo del camarero!

Te preguntarán por hacer un trial (una prueba), y lo harás, y además lo harás mal, pero bueno el destino será benévolo y te contratarán. Lo importante es sonreír y mostrar las ganas que tienes de trabajar. Es lo que me sucedió a mí. Eché diez millones de CV y viví pegada al móvil, y odié a mis amigos que me llamaban porque eran mis amigos y no eran un trabajo. Paciencia (madre de la ciencia). Tras esta larga espera, que aunque no sea tan larga, para ti es eterna, es incluso peor que cuando no te llama el chico que te gusta. Pero todo llega.

Me llamaron de un restaurante para hacer un trial. Y efectivamente lo hice fatal, tiré diez millones de tenedores al suelo, le tiré cosas a los clientes, me pidieron bebidas imposibles («Can i get a OJ on the rocks??» Gota japonesa de sudor… ¡Oh dios míoo esta señora que quiere!! Bombilla!… Orange Juice con hielos). Lo hice fatal de los fatales, pero… Sonreí, y sonreí y volví a sonreír porque confié en mí y en mi habilidad para poner tenedores a la derecha y cuchillos a la izquierda.

Por todos es sabido que en Australia la tasa de paro es muy baja. Es cierto que no es tan difícil encontrar trabajo, pero no es tan fácil como yo pensé. Tras vivir un par de años en Londres, y darme cuenta del dinamismo laboral que hay en la capital británica, he de decir que Aussielandia no es igual. Para empezar te exigen bastante inglés, y si no hablas muy bien probablemente tendrás que trabajar en lugares que no cotizarás y que te pagarán lo que les dé la gana, cuando aquí el mínimo son 20 dólares. Sí 20 la hora, no 6 como en España.

Una de las grandes dudas para los españoles es el tema del visado. Los españoles necesitamos un visado de estudiante, lo cual nos obliga a estudiar durante toda nuestra estancia, y hacer cursos tontos y gastarnos todo el dinero que vamos ahorrando para que las arcas del estado australiano se llenen. Es así. Australia tiene el dinero que tiene porque su segunda fuente de ingresos son los visados de estudiantes, y la no reclamación de las tasas por parte de los inmigrantes.

El maravilloso visado de estudiante nos permite por ley trabajar un máximo de 20 horas, con las cuales te da de sobra para vivir, ahorrar y pagarte tu cursito cada tres meses, pero sinceramente, si trabajas en el mundo de la hostelería probablemente cotizarás las 20 horas y el resto te lo pagarán en negro, pero yo no he escrito esto ehhh!!!

Una vez que pasas el mal trago de encontrar trabajo, ya puedes relajarte, respirar y disfrutar, porque todo empieza a rodar, y ese pequeño lado oscuro que tiene inmigrar se convertirá en uno de los recuerdos más bonito que tendrás cuando mires atrás.

Autora (texto y foto de portada)
Cristina Sanabria

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