Por Nacho Urquijo.
Los pasitos que necesitó dar para acercarse al frente de la sala no le restaron ni un ápice de elegancia a la estilizada señora que apareció antes de la primera proyección del festival de cine de Japón en Viena. La mujer, ataviada con un traje tradicional japonés que no le dejaba mucho margen de maniobra, nos dio la bienvenida en un alemán salpicado de acento japonés a todos los espectadores de una sala llena y expectante por empezar a ver películas que no pueden encontrarse en otro lugar de Austria, ni en otro momento que no sea la semana del festival.
Y el festival no defraudó, aunque no sabría decir si fue exactamente por la calidad de las películas.
El caso es que disfruté de las dos historias que pude ver, Love nonetheless y Straying. Las dos películas son un proyecto común de lo que probablemente sean dos amigos, Hideo Jojo y Rikiya Imaizumi. Ambos se intercambian el rol de dirigir y escribir el guion en una y otra película y mantienen en los dos filmes el mismo hilo conductor: las extrañas pero habituales formas en las que aparece el amor -relaciones disfuncionales, amores prohibidos, secretos que son más públicos que privados-. El segundo hilo conductor de ambas películas son los gatos. Los felinos se llevan gran parte del protagonismo en las dos historias, con un resultado que sorprende por su buena calidad, teniendo en cuenta que es fácil caer en la parodia si se abusa de este recurso y que debe de ser muy complicado conseguir que un gato haga exactamente lo que el director le pide.
Las dos películas fluyen a pesar de los momentos que sorprenden al espectador occidental, poco acostumbrado a los códigos sociales y emocionales del país nipón. Con una sensibilidad que me recordó a la que se encuentra a menudo en los libros de Haruki Murakami, los autores nos muestran otra manera de contar historias que se aleja mucho de la fórmula de Hollywood y que nos puede hacer reír, sonrojarnos, mantener la respiración y echar una lagrimita para acabar saliendo de la sala de cine con una sonrisa de satisfacción en la cara.
El escenario donde tuvo lugar el festival también ayudó a que disfrutara de esta experiencia. La sala de cine Film Casino, situada en el corazón del distrito 4 de Viena, es una joyita del interiorismo y una delicia para cualquier espectador con ínfulas independientes. La sala de cine fue remodelada en los años 50 y conserva gran parte de ese aire de película de Bogart.
No obstante, lo que más disfruté de esta experiencia cinematográfica, por encima de la decoración y la narración, fue el sentido de pertenencia. A pesar del japonés de las películas, del alemán de los taquilleros, del inglés de los subtítulos, de todas las barreras culturales y acentos que no terminan de encajar, me sentí en casa en un lugar en el que daba igual de dónde eras, si llevabas poco o mucho tiempo en Viena o si preferías acompañar la película con una botella de Club Mate o de agua sin gas. En esa sala de cine, durante una hora y pico, todos los espectadores éramos uno más participando en las historias sorprendentes de un grupo de japoneses con vidas amorosas accidentadas y un montón de gatos fotogénicos. Quizá solo se puede volver a casa cuando te alejas tanto de ella, que la encuentras de nuevo en el sitio más insospechado.
Fotos: dos momentos de Straying.