Por Nacho Urquijo.
Veo muy complicado que alguna vez pueda tirar una canasta en el estadio de los Chicago Bulls, o patear un balón por el centro del Camp Nou por donde también pasó Leo Messi, o devolver una pelota en la pista central de Roland Garros, tantas veces conquistada por Rafael Nadal. No sucederá, pero no solo porque mis condiciones físicas no me lo permitan (ya hace tiempo que dejé de soñar con ser joven promesa), sino principalmente porque estos estadios son lugares privados, en los que es necesario pagar una entrada para visitarlos desde la grada y en donde, en ningún caso, está permitido pisarlos como lo haría un deportista de élite. En Viena es diferente.
La capital austríaca fue el lugar escogido por Eliud Kipchoge para tratar de batir un récord que se suponía humanamente inalcanzable: correr una maratón en menos de 2 horas. Algo más de 42 kilómetros en 119 minutos, la mitad del tiempo que puede necesitar un corredor no profesional en cubrir el doble de recorrido. Una barbaridad que fue alcanzada por el atleta keniata el 12 de octubre de 2019.
Kipchoge nació en 1984 en una pequeña aldea de Kenia. Fue el hijo menor de una madre soltera y no llegó a conocer a su padre. Llegó al mundo del atletismo profesional tarde, pero cuenta la leyenda que corría a diario tres kilómetros para llegar hasta su escuela. Esas carreras infantiles se acabaron transformando en medallas olímpicas y le trajeron, 35 años después, hasta el vienés parque de Práter, donde finalizó la famosa maratón por debajo de las dos horas.
Tres años después de esta gesta, mientras intentaba yo terminar los últimos kilómetros de mi particular y modesta carrera por el mismo parque, me encontré con la afable cara de Kipchoge en uno de los carteles que recuerdan que el keniata logró el hito en este mismo lugar, en el mismo asfalto que estaba pisando en ese momento, rodeado por los mismos árboles e intentando alcanzar el mismo horizonte.
Aún se pueden ver las líneas de pintura naranja que señalizaban el recorrido exacto que debía seguir el maratoniano. También se puede encontrar, si se presta atención, una pequeña marca que recuerda el tiempo que necesitó: 1:59. Para la práctica mayoría de los paseantes, corredores, ciclistas, turistas en patinetes eléctricos y hasta jinetes a caballo que pasan por aquí, esta marca pasa desapercibida. Todas estas personas simplemente disfrutan de un parque que parece dibujado por la mano de un romántico del siglo XIX. Los castaños de indias acompañan los dos flancos de una larga explanada, que ha servido como zona de recreo desde hace cientos de años y que invita al visitante a tomarse la vida con calma y disfrutar de los diferentes colores del paisaje.
Habiendo leído bastante sobre Kipchoge, me puedo imaginar que el keniata estaría contento de saber que la gente está demasiado ocupada haciendo deporte y disfrutando de la belleza de este pulmón verde como para fijarse en las marcas en el suelo que recuerdan su gesta. Personalmente, me hizo ilusión poder compartir las mismas sensaciones que una estrella del deporte mundial, en el mismo lugar, celebrando el deporte como una forma de superación personal, independientemente de la distancia. En aquel parque, con las mismas hojas cayendo sobre el mismo terreno, me sentí tan ganador como Kipchoge al terminar mi carrera, y estoy seguro de que él estaría encantado de que fuera así.
Foto de cabecera: Thomas Lovelock para The INEOS 1:59 Challenge