Reencuentros con la maleta a cuestas

Por Cristina Sanabria

«- Llévame a algún sitio, llévame donde sea, no me importa donde, pero llévame contigo».  Es lo que me grita mi maleta desde hace unos meses, especialmente, desde que cambié la ropa de verano por la de invierno. La miro y sé que está impaciente, impaciente por salir debajo de la cama, lugar donde espera inquieta y sumisa hasta próximo aviso. Ella no sabe que ayer hablé con mi madre y me dijo «-Cris vete preparando las maletas».

Solo me queda una semana para ir a España, pero a mi madre y a mí nos gusta hacer las cosas con tiempo. Es una manera de disfrutar, de saborear esos momentos previos al viaje. Hoy meto el bikini, que me recuerda al Mediterráneo, mañana meto una chaquetita, porque por la noche refresca en el pueblo, al día siguiente meteré algun regalo, lo cual me hace pensar en mi gente, a la que estoy a punto de volver abrazar. Es una manera de inyectar la felicidad y el placer de volver a casa en dosis pequeñas.

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Hace ya un año que no veo a mi familia o amigos. Las ganas de coger ese avión, y salir corriendo del aeropuerto son tantas, que no me dejan casi dormir por las noches. Es por ello que suplo mi ansiedad haciendo mi maleta. La misma que hice, hace casi dos años, cuando inicié mi aventura australiana. La pesé una y mil veces antes de facturarla. Su peso era perfecto, hasta que mi madre empezó a meter esto por si acaso, y también esto otro, que nunca se sabe, y claro, al final como era de esperar, ¿Qué pasó con mi maleta? ¡SOBREPESO! Aún recuerdo a ese hombre impasible diciéndome “- su maleta pesa 5 kg de más-”, y yo con lágrimas en los ojos, tras haberme despedido de ciertas personas, le conté que es que me iba a Australia, y que estaba muy nerviosa, y que había metido cosas de más, a lo que él me respondió “- Son 20 euros por cada kg-”. Dinero que no estaba dispuesta a pagar, así que me puse en frente de él, y tiré todos los por si acasos que mi madre había empaquetado, más dos o tres pares de calcetines, como si eso pesara mucho.

Esa discusión no sirvió de nada, porque cuando llegue al aeropuerto de Sydney, tras 30 horas de viaje, esperé, y esperé pero, ¡mi maleta nunca apareció! No hay sentimiento más placentero que cuando las ves asomándose por la cinta transportadora, y ves cómo se acerca hacia ti, poco a poco, ahí está ¡tú tesoro! Pequeña ven aquí, a mis brazos, estas sana y salva. Pero cuando eso no pasa, y tu pequeña no está ahí, el sentimiento de pérdida es grande. Estas en un país nuevo, lejos de casa, sin nadie a quien acudir, y sin ELLA, que es todo lo que tienes.

Este es el primer recuerdo que tengo de Australia. Hoy después de un año y medio, me siento en frente de esta maleta, y reflexionó sobre el paso del tiempo y sobre mi evolución en este país, donde empecé sin absolutamente nada, ni siquiera mi ropa, y hoy en día tengo TODO, o todo lo que le podría pedir a esta vida.

Mi trayectoria ha sido pasito a pasito, sin ningún tipo de expectativas y dejándome llevar y sorprender. Tenía un visado de 4 meses, tiempo en el que lo único que quería hacer era mejorar mi inglés, trabajar en cualquier cosa que me diera un poco de dinero, disfrutar, viajar por el país, sumergirme en esta nueva cultura, y vivir una experiencia más. En ningún momento, me plantee mi vida aquí, pero ese factor sorpresa, que no tenemos en cuenta, y que se llama destino,  es el que nos lleva,  nos guía, y nos ata a la vida.

No estaba preparada para lo que iba a pasar, no estaba en mis planes, no lo había metido en mi maleta, pero supongo que es así es como llega el AMOR, sin previo aviso, desbaratando toda tu vida, y cambiando todos tus esquemas, y más en Australia, donde tu visa tiene una fecha de caducidad, y te condiciona en todas tus decisiones ¿ Me quedo?, ¿Me voy?,¿Renuevo mi visado?, ¿ Me voy a viajar por Asia como estaba planeado?,¿ Cómo llamo a mi madre para decirle que me quedo más tiempo?, ¿Es realmente lo que quiero?, ¿Merece la pena? Infinidad de preguntas que decidí que no podría responder sino me quedaba y apostaba por algo que creía que podía merecer la pena. Siempre puedo cancelar mi visa, cogerme un avión e irme, pero no siempre puedo encontrar el amor, pensé. (En un acto de romanticismo).

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Así que decidí alargar mi visado por un año más, con una visa de estudiante que es el único al que podía aplicar. Decidí estudiar Turismo, no por vocación, pero si por exclusión, ya que era el único curso que se podía asemejar a mis gustos, y el único que me podía costear, ya que era de los más baratos (700 dólares cada seis semanas), si es que a eso se lo puede llamar barato y decidí  buscar un trabajo de verdad, que me motivara, y me hiciera sentir útil. Ser camarera no está mal durante 3 meses, como experiencia y para sacar un poco de dinerito, pero no como forma de vida, así que empecé a trabajar como profesora de español en una escuela, experiencia que contaré en otro post porque da para mucho, además de colaborar en el Instituto Cervantes de Sydney como periodista, lo cual me hace sentir un poco más yo, y un poco más en casa.

Ahora tengo un nuevo visado, que es el de pareja de hecho, y que también explicaré otro día, el cual me permite trabajar a tiempo completo sin tener que estudiar nunca más.

Pero ahora mismo en lo único que pienso es en volver, porque la mejor parte de irme es poder regresar, y disfrutar y valorar 10 veces más lo que antes no apreciaba. Ahora sueño con ese momento, sueño con abrazar a mi madre, sueño con pasear por la Gran Vía, sueño con ver a mis amigos, sueño con fumarme un cigarro mientras me bebo una cerveza fría, y sueño con volver al lugar donde nací, porque por muchas veces que me vaya siempre soñaré con regresar.

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