Winter is coming

Por Ignacio Urquijo

Aún recuerdo la primera vez que vi la nieve. No fue un evento tan extraordinario como el que presenció el coronel Aureliano Buendía cuando su padre le llevó a conocer el hielo, pero desde mi visión de niño de diez años me pareció algo maravilloso. Aquella tarde me bastaron cuatro famélicos copos para salir a la calle junto a mi hermano, ambos hiperabrigados con gorros, bufandas, guantes y demás salvavidas que ponen las madres. Teníamos que comprobar que aquello era real. Caía frío del cielo. No cuajó y los intentos de conservar un copo de nieve en el congelador no dieron buen resultado. A pesar de eso, el recuerdo ha quedado en mi memoria como un episodio idílico y casi milagroso.

En Alemania la nieve es negra. Al menos así me la encontré cuando llegué el 3 de abril del pasado año. Los montones de nieve apartados a los lados de la acera no tenían nada de atractivo romántico, pero mi reminiscencia infantil hizo que me alegrara de reencontrarme con la nieve. Nunca había vivido en una ciudad donde el frío fuera una verdadera realidad -Madrid y sus aeropuertos cerrados cuando caen dos copos no cuenta- así que me resultó divertido tener que andar por senderos de sal y evitar el hielo cada vez que cogía la bici. Los habitantes de Berlín, que aquel abril ya llevaban soportando un largo invierno de casi seis meses, no compartían mi opinión. Para ellos el invierno y su representante en la tierra, la nieve, son el Gólem. Un ser invisible del que todo el mundo habla y del que no se puede escapar.

Nacho Urquijo

Con el paso de los meses empecé a asustarme. Desde que llegué, prácticamente todos los habitantes del ecléctico Berlín se han dedicado a prevenirme sobre la llegada del próximo y cada vez más palpable invierno. Me han contado historias horripilantes sobre temperaturas que alcanzan los menos veinte grados, constantes por debajo de los menos diez, cañerías reventadas por el frío, coches sepultados por la nieve, depresiones por falta de luz, cabreos continuos por carencia de vida social… Ningún abrigo será suficiente. Ningún carácter, por férreo que sea, aguantará los atardeceres a las tres de la tarde y el viento siberiano agazapado tras cada esquina.

Aquí no se espera el invierno, aquí uno se prepara para lo peor. O al menos esa es la conclusión a la que llegué después de tantos meses de alertas y avisos.

Cuentan que es bueno viajar para tomar otra perspectiva de las cosas. Yo mismo lo he dicho en muchas ocasiones. Pero a veces también es necesario volver para no perder la perspectiva original, el punto de referencia. En mi caso, yo no pude ir a la montaña, así que la montaña vino hasta mi piso de Friedrichshain. Recibí visita cacereña y les conté la teoría del níveo Gólem. En mitad del relato épico me interrumpieron para decirme «¿y tú les has contado a los alemanes lo mal que lo pasamos en verano?». Los días de más de cuarenta grados en los que no se puede salir a la calle hasta el atardecer, las noches de insomnio empapados en sudor sin saber hacia dónde apuntar el ventilador, los golpes de calor, las clases infernales durante el mes de junio…

La verdad es que no, no se lo he contado a nadie. Lo había aceptado como algo natural. En verano se pasa mal y se buscan paliativos: piscina, terrazas nocturnas, café con hielo… Uno hasta le encuentra cierto placer a las tardes soporíferas viendo el Tour de Francia y esperando a que la calle vuelva a ser transitable. Porque la nieve se puede apartar, pero el calor no hay sombrilla que lo mueva.

La que finalmente me convenció de que el invierno no puede ser tan terrorífico fue una compañera de las clases de alemán. Ella es griega y me confesó que estaba deseando que llegara el frío a Berlín. «Aquí todo está preparado para las bajas temperaturas. Los locales son calentitos, las casas tienen buenas calderas, las familias van a las saunas como el que va a la piscina… En Grecia el invierno no es tan duro, pero por ejemplo en mi edificio no había calefacción».

Nacho Urquijo

Creo que ya tengo todos los puntos de vista. Ahora solo me queda esperar para saber quién ganará la batalla invernal, si el Gólem invisible o el niño de diez años que intentó guardar un copo de nieve en el congelador. Ya se lo contaré. Si no se lo cuento, ha ganado él.

Texto y fotos
Nacho Urquijo
ignaciourquijo.wordpress.com
twitter @NachoUrquijo

Una versión de esta entrada fue publicada con anterioridad en El Periódico Extremadura.

 

2 Comments

  1. marta says:

    Pues aquí tienes otro punto de vista:
    http://m.youtube.com/watch?v=E3DubuX8C_Y
    Das ist Winter!
    🙂

  2. Marta says:

    Y otro más (parece fácil pero cn los deditos congelados es bien difícil, jajaja)
    http://m.youtube.com/#/watch?v=rJZ93zlBcMg
    Ánimo, es genial!

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