Por Ignacio Urquijo
Aún recuerdo la primera vez que vi la nieve. No fue un evento tan extraordinario como el que presenció el coronel Aureliano Buendía cuando su padre le llevó a conocer el hielo, pero desde mi visión de niño de diez años me pareció algo maravilloso. Aquella tarde me bastaron cuatro famélicos copos para salir a la calle junto a mi hermano, ambos hiperabrigados con gorros, bufandas, guantes y demás salvavidas que ponen las madres. Teníamos que comprobar que aquello era real. Caía frío del cielo. No cuajó y los intentos de conservar un copo de nieve en el congelador no dieron buen resultado. A pesar de eso, el recuerdo ha quedado en mi memoria como un episodio idílico y casi milagroso.