Por Laila M.
Hace dos meses tuve un extraño sueño. Soñé que era de noche y estaba en un desierto rodeada de una multitud que se dedicaba a hacer su vida cotidiana. Grababa con mi cámara una escena con un conocido periodista cuando de repente un misil salió disparado a miles de kilómetros. Todo el mundo se quedó mirando esa estela de luz que iluminó por unos segundos el cielo nocturno. Hizo un arco y cayó en algún rincón del lejano horizonte. Entonces se produjo una gran explosión y una bola de humo se elevó como esas que produciría cualquier bomba atómica. Tras el estruendo, una lluvia de polvo amarillo lo barrió todo. En apenas un segundo, todos éramos amarillos: amarillo en el pelo, amarillo en la ropa, amarillo en el suelo y en el aire que respirábamos. La gente salía corriendo despavorida pensando que era algún tipo de material radiactivo. Mi tío sirio venía a buscarme para ayudarme a escapar, pero le decía que no se preocupara. Veía a mis padres tratando de subirse a uno de los camiones que aparecieron de no se sabe dónde para salvarlos, pero yo me quedaba parada en medio de la nada pensando sólo en una cosa: ¿Cómo averiguo lo que ha pasado?
Una persona de mi entorno me aseguró que el sueño presagiaba un cambio drástico en mi situación laboral. Yo seguía en la agencia de viajes, más descontenta que satisfecha. Gracias a ella podía mantenerme económicamente en el país pero todo el tiempo que le dedicaba me alejaba más y más del verdadero propósito de mi viaje: estudiar árabe y escribir historias. No tenía derecho al permiso de trabajo ni a la residencia y eso hacía de mi estancia aquí un eterno limbo de precariedad. Tras la sensación de entusiasmo de los primeros meses, poco a poco la realidad se fue haciendo notar. Mi trabajo no me gustaba. Y el ambiente de la oficina no ayudaba. El turismo en Jordania sufre un lento declive debido a la situación regional. Los turistas no quieren pasar los pocos días que tienen para descansar al año en un país amenazado por las hordas de ISIS. No sé cuantos emails y llamadas telefónicas hice para convencer a las agencias que el país era un lugar seguro: Jordania no ha sufrido ningún atentado terrorista en 10 años y tiene uno de los mejores servicios secretos de Oriente Próximo.
Los dueños de la agencia se sienten con el agua al cuello no sólo por la mala prensa que representa ISIS para el turismo, sino por la subida de precios de la electricidad (un mayor coste eléctrico provoca una subida de precio, por ejemplo, en las habitaciones de hotel), el aumento del visado, la diferencia cada vez más ancha entre el dinar y el euro, la competencia en el sector… mantener un negocio así en un país como este no es fácil. La tensión en la oficina se podía cortar como la mantequilla. Mis compañeros de oficina no sonreían. Nunca. Sólo mi colega brasileña, cuya sangre caliente del sur todavía enciende sus mejillas. Todo lo que importaba era “bring business to my desk”. Y había algo que hasta día de hoy no entiendo y no entenderé nunca. Las vacaciones se concedían por creencias religiosas. Yo, que he nacido en España, siempre he disfrutado de uno o dos días de vacaciones de Semana Santa. Pero aquí se me considera musulmana no porque siga esta fe, sino por tener un padre musulmán. Hubo días que, del departamento de ventas, sólo estaba yo en la oficina. La lógica era: “Sólo tiene vacaciones quien lo celebra”. Si eres extranjera y tienes a tu familia fuera del país, no lo celebras. Así le pasó a mi compañera cristiana, casada con un musulmán pero de profundas convicciones religiosas, que decidieron que tenía que ir a trabajar porque “no tienes a nadie con quién festejarlo”. El disgusto fue tal que tuvo que esconderse en el baño para derramar tranquila sus lágrimas.
A pesar de todos los inconvenientes, ha sido un gran año de experiencia nada desdeñable en esto del turismo. Todo terminó dos días después de tener aquel sueño raro, cuando una conocida me contactó para que ayudara a conseguir un visado a un fotógrafo amigo suyo. Mi sorpresa fue mayor cuando descubrí que era alguien que admiraba mucho. Todavía recordaba cuando, durante mis meses de prácticas en la redacción de un periódico en Madrid, veía sus fotos a escondidas en el archivo multimedia y soñaba con la posibilidad de trabajar juntos en algún remoto lugar. Ahora tenía la oportunidad de hacerlo realidad. Para conseguir el visado a otro país, pasaría por Jordania y aprovecharía para cubrir temas. Tuve que abandonar mi silla para ir al baño porque no pude impedir que mis propias lágrimas se derramaran cuando recibí aquel correo preguntándome si estaría dispuesta a escribir el texto que acompañaría sus fotografías.
Calculé que necesitaría cinco días libres, los cinco días que sabía que mi jefa no me iba a dar. Tuve que enfrentarme a una de esas decisiones difíciles que todo expatriado enfrenta al menos una vez en su precaria existencia: quedarse en la zona de confort o abrir nuevos, y poco rentables, horizontes de sueños. Escogí lo segundo. Dejé la agencia y desempolvé mi cuaderno de tomar notas. Durante una semana descubrí más cosas de las que había aprendido en un año metida en una oficina. Por ejemplo, aprendí que ya me defiendo con el idioma y que puedo mantener conversaciones por teléfono para concertar citas e incluso hacer entrevistas. Comprendí que mis dos años enfrentándome sola a las dificultades me daban ya cierta confianza para desenvolverme por Amán: conozco hoteles baratos, restaurantes económicos con buena comida, conductores de confianza y voy recolectando una red de contactos. Por una vez en todos estos meses pensé: Leñe, yo puedo.
Nunca viviré del periodismo. No soy ilusa. Tener que pagar las facturas a final de mes no te deja volar muy alto. Estoy buscando otro trabajo (¿Alguno está interesado en clases de español? Escribirme un comentario), pero que me permita tener tiempo para seguir escribiendo historias. Algún día no muy lejano me marcharé de este país y buscaré un trabajo normal en España, con el que pueda pagar las facturas. Un trabajo que me permita comprarme unas zapatillas nuevas para correr y quizá ahorrar para formar una familia. En esos años que están por llegar espero poder mirar atrás y pensar: Leñe, yo pude a pesar de todo ese polvo amarillo.
Autora Laila M.
Foto de portada: Javi Julio / Nervio Foto