Bucarest Viena Zagreb

¿He vivido en los Balcanes?

¿He vivido en los Balcanes? Todavía no lo sé.

Sé que he vivido tres años y medio en Bucarest y otros tres años y pico en Zagreb. Incluso soy consciente de que ahora vivo en Viena. ¿Están las  tres ciudades en los Balcanes? 

La respuesta es un “depende” desconcertante.

Al principio lo tenía claro. Cuando solo me dejaba guiar por lo que veía, escuchaba y degustaba, no me cabía duda. Veía las calles efervescentes de Bucarest y me recordaban a las de Belgrado. Escuchaba el ritmo de la música que me iba encontrando en mis viajes por Turquía, Bosnia y Rumanía y reconocía los mismos aires orientales y unos dejes con alguna reminiscencia flamenca por todos estos países. Y lo más importante para mí, no dejaba de toparme con la misma comida y bebida por todos estos rincones: se pueden tomar variantes del sarma en Turquía, Rumanía, Grecia y cualquier país de la antigua Yugoslavia. 

Y de repente, el otro día en Viena, mientras buscaba entre las conservas del supermercado, me encontré con una lata de sarma. ¿Pero cómo puede ser? ¿Sigo en los Balcanes? 

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Viena

15 kilómetros en 7 días y 3 ciudades

Correr quince kilómetros en una semana, ya de por sí, es un logro. Hacerlo en tres países lo ha complicado aún más, especialmente cuando la primera carrera tuvo lugar a finales de agosto en Rumanía, después de varios días atiborrándome a schnitzels, micis y bere. 

El escenario de la carrera, sin embargo, me ayudó a soportar la pesadez en las piernas. Me encontraba corriendo en el estadio vacío de Piatra Neamt, el lugar donde el equipo de fútbol FC Ceahlăul batalla por algún día superar la tercera división. A pesar de la modesta liga en la que disputa sus partidos, el escenario en el que juega es espectacular, principalmente por las montañas que se alzan a cada lado de los graderíos y que dan nombre al club.

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Viena

Una mudanza más

Una vez más, y ya van cinco, cambio de país. Esta vez me voy a vivir a Austria. Siempre que tengo ocasión, suelo contarle al pobre oyente que tenga delante que en cada mudanza envejeces un par de años extra. No es fácil volver a empezar en un lugar lleno de calles extrañas y caras que no hablan tu idioma. Acciones tan cotidianas y casi automáticas, como comprar el pan o cortarte el pelo, cuestan más esfuerzo del que le gustaría a tu cansancio y durante unos meses llevas una sombra de desconcierto que te persigue por la acera.

Hay una parte positiva, claro, como es la de sentirse presente, viviendo más existencias de las que te tocaría, descubriendo sabores que no conocías y exacerbando experiencias a las que de otra forma ya te habrías acostumbrado. De alguna forma, vuelves a ser un niño que se maravilla de lo cotidiano y se tropieza con sus propios pies.

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