Bali: Guía para disfrutar del paraíso y no asfixiarte en el intento

Por Cristina Sanabria

Una de las ventajas de vivir al otro lado del mundo, es que puedes viajar a países que están cerca de ese otro mundo. Mi última aventura tuvo como destino Bali. Esta isla, habitada por más de 4 millones de personas, es conocida por ser la joya de Indonesia, gracias al intenso verde esmeralda que tiñe todos sus arrozales y al diáfano azul de sus costas. Costas que atraen a infinidad de turistas y que son aprovechadas por los balineses para acuciar sus necesidades básicas.
Una vez aterrizados en el aeropuerto de Denpasar, es muy fácil moverse por la isla, ya que no es de gran extensión. Habrá millones de taxistas y de conductores privados que se abalanzaran a tu salida del aeropuerto. Simplemente elige el que más te convenza y nunca aceptes viajar por más de 350.000 rupias.

Mi primer destino fue Ubud, conocido mundialmente gracias al éxito de la película Come, Reza, Ama, interpretada por Julia Roberts, la cual encuentra el amor entre los campos de arroz de esta maravillosa aldea. Gracias a esta película, basada en un best seller, encontrarás muchas mujeres en busca de respuestas vitales, o viajes espirituales. No obstante, no hace falta buscar ninguna excusa para visitar este maravilloso poblado repleto de increíbles templos, como por ejemplo, Goa Gajha, una cueva sagrada tallada con forma de elefante, o su conocido Monkey Forest, bosque repleto de árboles centenarios y habitada por traviesos monos que intentaran robarte todo lo que lleves en las manos.

Foto monos

Moverse por los alrededores de la aldea es muy sencillo, ya que puedes alquilar en cualquier paraje una bici, una moto, o encontrar un conductor privado que te llevará donde quieras durante todo el día por menos de 400.000 rupias (30euros) . Recorrer Ubud es como recorrer un jardín gigante adornado con palmeras. El color verde rebosa por todos los rincones de esta isla y la hace brillar con una luz especial. La misma luz que irradian los habitantes de esta isla con sus miradas cálidas y sus grandes sonrisas.

Acostumbrados a vivir entre turistas, los balineses , además de chapurrear un muy buen inglés, son súper hospitalarios y amistosos. Siempre te saludarán por la calle y te recibirán con una gran sonrisa allá donde vayas. Los balineses son conocidos por ser grandes artesanos y pintores, y es que familias enteras se dedican a este negocio y les da de vivir a pesar de los precios irrisorios a pagar por auténticas obras de arte.

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Tras recorrer Ubud durante tres días, el siguiente destino fue las famosas islas Gili. Tres pequeñas islas, casi unidas unas a las otras, las cuales comparten el mismo escenario pero no los mismos caracteres. Gili Trawagan es una isla destinada a la fiesta, Gili Meno es conocida por ser la ‘Honey Moon Island’, y Gili Air es una pecie de híbrido entre las dos. Nosotros elegimos esta última, recomendada para parejas, pero sin llegar al romanticismo pasteloso que exige una luna de miel.

Para llegar a las Gili tendréis que coger un fast boat que saldrá desde Padang Bai. El coste de los tickets ronda los 10 euros, y el tiempo del recorrido entre las dos islas es de una hora y media. El trayecto en barco no es precisamente un paseo en un yate de lujo, ya que los barcos están sobrecargados de gente, y una vez que estás entre las dos tierras, el mar se empieza a enfurecer y agitar de una manera que no inspira gran confianza, y te mete el miedo en el cuerpo. No os preocupéis, dura solo 10 minutitos.

Una vez que el barco atraque en el puerto y tus pies pisen Gili Air tendrás la sensación de que estás en otro mundo. Las carreteras no existen, utilizan caballos y bicicletas como medio de transporte. Las casas son de paja y madera y el agua que rodea la isla es cristalina, como hace cientos de años cuando solo eran frecuentados por sus pescadores indonesios. Tendrás la sensación de que presente y pasado existían a la vez y en la misma proporción.

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Paraíso amenazado

A medida que recorrí esta isla, me di cuenta de que este paraíso está amenazado por  el cambio climático. El aumento de temperaturas ha hecho que sus océanos estén llenos de vida y color por fuera, pero muertos y vacíos por dentro. La Gran Barrera de Coral, una de las más famosas del mundo, está a punto de desaparecer. El coral está muerto. El agua arrastra los restos de coral que reposan en la afilada y ardiente arena. Los pescadores necesitan pescar durante días enteros, para pescar lo que antes pescaban en simplemente minutos.

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Uno de los verdugos del aumento de las temperaturas es el turismo, que se masifica en tierras diminutas, subdesarrolladas e incapaces de eliminar la sombra alargada de los humanos. Las toneladas de basura que crean los turistas se acumulan en diminutos rincones de la isla. La infinidad de restaurantes y hoteles que la rodean vierten todos sus desechos directamente al mar, como si eso fuera una agujero negro. Océanos intoxicados por la irreverencia de las personas.

Una de las especies más emblemáticas de sus océanos, la tortuga boba, se encuentra en peligro de extinción debido a la ingesta de plásticos, así como al calentamiento de las temperaturas de los océanos. No obstante, no es la única especie en riesgo de desaparecer en Indonesia, ya que los famosos orangutanes de Borneo y Sumatra tienen sus horas contadas, si no hacemos nada al respecto.

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Más del 80% de los orangutanes ha desaparecido durante el último siglo. Las quemas incontroladas de bosques y la deforestación salvaje están acabando con el último refugio para estos simios, exclusivos de estas selvas asiáticas. Además de la quema de los terrenos, en muchas ocasiones sustituidos por las dichosas plantaciones del aceite de palma, otra de las razones de la desaparición de estos simios es la caza furtiva de crías para hacer negocio en los zoos.

Esto es solo el principio de una larga lista, que seguirá creciendo si nosotros, humanos (o mejor dicho inhumanos) , no hacemos nada por salvar sus vidas, así como las nuestras. Ya que todo lo que he descrito en este artículo desaparecerá en unas décadas y se convertirá en un recuerdo de lo que un día fue y no será jamás.

Texto y fotos
Cristina Sanabria

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