Por Adrián Badía
«¿Cómo se retoma el hilo de toda una vida…? ¿Cómo seguir adelante cuando, en tu corazón, empiezas a entender que no hay regreso posible…? Que hay cosas que el tiempo no puede enmendar… aquellas que hieren muy dentro, que dejan cicatriz.» Sí hay regreso, pero no regresa la misma persona que se fue.
Sí que hay regreso, pero ese regreso, lejos de ser muy diferente a la partida, sucede habiendo dejado parte de ti en el lugar donde has estado, en el techo bajo el que has dormido y, sobre todo, en las personas con las que lo has compartido. Ya que estamos de fricadas, y encima desde Londres -no se cómo no he ido aún a los estudios de Harry Potter- se podría decir que es como hizo Voldemort pero a la inversa, y multiplicado infinitas veces. Esto es, haciendo decenas de horrocruxes en cada objeto, lugar, y persona. Pero con una importante diferencia: permitiendo que también dejen parte de ellas en ti, y así cuidarte mucho de equilibrar la balanza y conservar la nariz. Y algo de color, que aquí cuesta bastante.
En fin, paro ya, que habrá un alto porcentaje de personas que habrán dejado de leer a estas alturas, y no quiero seguir con la criba. Se acaba esta primera etapa en Londres. Con planes de volver, aunque no se sepa por cuánto. En lo que refiere a la ciudad, algo más se ha explorado, aunque es inabarcable. Como puntos destacables: Wimbledon, Regents Park, Koko y la noche de Camden, vueltas al Zoobar -donde todo empieza e, inexplicablemente, también acaba-, pubs de barrio como el Prince Albert y el Phoenix, restaurantes persas, italianos, pero sobre todo libaneses, y así hasta una cola interminable. Aunque me quedo, como no, con un paquete de birras del Sainsbury y las escaleras del objeto de este post: Sandeman Allen House. El jostel.
Antes que nada me gustaría referir un episodio que surgió por casualidad y que la verdad me hizo pasar uno de los mejores ratos desde que estoy en Londres. Vi una petición en el grupo de Facebook que pedía «guía» para un grupo de jóvenes -todos españoles- en el British Museum, y me ofrecí gustosamente. No me fue difícil ya que había ido varias veces, casi siempre con alguien. Así que les conté algunas mentiras, también algunas verdades y otras leyendas, y echamos una mañana más que agradable. Escribo esto para, si alguno lo lee, daros las gracias, muchachos. Así como a ti, Carmen. Espero tuvieseis unas vacaciones estupendas.
Volviendo al jostel, se podría decir mucho del mismo y la gente que lo habita. Podría no ponerme pegagosamente nostálgico y ahorrarme ciertas palabras, pues vuelvo en apenas un mes y dramatizar es, quizás, innecesario. Pero no creo que ahorrarse decir cosas buenas sea una opción. Veo, cada día, posts de gente dejando esta ciudad para siempre, después de haber estado semanas, días, años y hasta décadas viviendo en ella. Hay ocasiones en las que dichas semanas, incluso dos rápidos días, pueden significar lo mismo que años. Y las hay en las que no, por supuesto. Por eso, sea de ayer a hoy o de una década a otra, creo necesario respetar cada lágrima que cae al poner fin a una etapa, decir adiós a una persona o despedirse de algo que, quizás, tardes años en volver a encontrarte. O no lo hagas nunca.
Así que, alargando un poco el final del post anterior, en el cual todo comenzaba, quiero repetir que: gracias, amigos. Gracias por esta primera parte. A la gente del hostel y a la de fuera. Como todo lugar de paso, la gente va y viene en sitios como éste, en ciudades como ésta. Por eso, aunque aparentemente lo parecerá, nada será lo mismo cuando vuelva. Será, simplemente, diferente. Todos sabemos que no hay un día igual porque siempre hay alguien más o alguien menos, algo más o algo en falta. Todos sabemos que no volveremos a beber veneno juntos, justo los que estábamos esté último Sábado, ni veremos a nadie muerto en vida en las escaleras, ni tomaremos clases personales a cada instante, ni nos pelearemos por el puff tocando acordes de canciones que hicimos nuestras.
Tampoco comeremos lomo y queso, ni seremos gorroneados a diario, no gankearemos lo suficiente, ni reiremos hasta que Patrick venga a decirnos educadamente que cerremos la maldita boca. Quién sabe si volveremos a ser comidos por los mosquitos en Hyde Park, o iremos de un lado a otro de la calle siendo expulsados de cada escalón; corriendo para coger el 27 y llegar antes de que Koko nos dé con la puerta en las narices, y nos tengamos que volver con el chaparrón del siglo.
Pero qué más da que todo eso no vuelva a pasar. Porque, amigos, ya ha pasado. Y que venga alguien a decirme, si tiene cojones, que la sonrisa de tonto que me salía cada vez que oía la doble puerta de mi cuarto abrirse, señal de que alguién llamaría un segundo después, era de mentira.
Que me mire a los ojos, y me diga que no podré reproducir esa sonrisa el resto de mis días.
Sandeman Allen House, Julio de 2014
Autor (texto y fotos)
Adrián Badía
@AdriBadia
leondeflandes.blogspot.co.uk/