Viena

La odisea de cortarse el pelo

Autor: Nacho Urquijo.

Hay quien se pasa la vida buscando la clave de la felicidad. Yo llevo 35 años intentando encontrar una peluquería.

No me vale una cualquiera. Pero tampoco pido mucho. La busqué en Cáceres desde que empecé a ir solo a cortarme el pelo y, durante un breve periodo de tiempo, la hallé en manos de Alberto, mi querido peluquero. Alberto había regresado a España en los años 80, después de un periplo migratorio por Alemania, del que siempre tenía historias, algunas agridulces. Con el dinero ahorrado montó su negocio y estuvo varias décadas cortando el pelo, pero yo lo pillé justo en sus últimos años profesionales. Su jubilación coincidió con mi marcha de Cáceres para empezar la universidad y de nuevo comenzó mi búsqueda de peluquería.

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Viena

Recuerdos cada cuatro años

Autor: Nacho Urquijo.

La otra noche, mientras intentaba conciliar el sueño, jugué a recordar dónde estaba yo en cada uno de los mundiales de fútbol. El primero que viví fue el de 1990, pero entonces tenía solo dos años y de la primera mitad de esa década solo recuerdo el nacimiento de mi hermano (“más bonito y más arrugado” de lo que yo esperaba, palabras textuales) y un golpe que me di de cabeza contra la pared del patio mientras perseguía a un compañero de clase jugando a los autos de choque (evidentemente, sin autos).

El siguiente mundial, el primero del que tengo recuerdos, fue el de 1994 en Estados Unidos. Tenía yo seis años y se han quedado conmigo algunas imágenes muy nítidas: el brillante verde del césped de los campos de fútbol, los fascinantes colores de las camisetas de los jugadores (resulta que los equipos también tenían sus colores favoritos, como nosotros en clase), el descubrimiento de que aquello estaba pasando en un lugar lejano pero del que todo el mundo hablaba con admiración. No obstante, lo que recuerdo con más claridad y más cariño es la explosión de júbilo de mis tíos mientras veían alguno de los partidos y celebraban lo que me imagino que fue algún gol de España. Vítores, abrazos, cánticos por algo que no entendía del todo pero que claramente tenía que ser algo bueno, porque permitía a mis tíos comportarse como niños y yo tenía carta blanca para gritar de júbilo saltando de sofá en sofá. Ya está, no recuerdo nada más, ni quién ganó, ni hasta dónde llegó España.

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