Los primeros meses viviendo en una nueva ciudad, y sobre todo si es en un nuevo país, los dedica uno a mirar hacia delante por puro instinto de supervivencia. Lo habitual es caminar buscando el siguiente punto de referencia, siempre intentando orientarse, esquivar los carriles bicis que parecen imperceptibles los primeros días y confiando en no ser atropellado por un tranvía, esos mastodontes de acero que aparecen chirriando por la esquina sin previo aviso y que más de un susto han provocado a turistas y a algún que otro autóctono (que se lo digan a Gaudí).
La cuestión es que, pasados estos primeros meses de adaptación y sobredosis de nuevos escenarios, empieza uno a caminar con más desenvoltura y por fin puede levantar la cabeza para mirar por dónde está pasando. Es entonces cuando la nueva ciudad se empieza a presentar con su verdadera cara. En el caso de Viena, esta revelación trae consigo el pasmo de descubrir una ciudad que no deja de impresionar por su majestuosidad constante.
(más…)