Por Ignacio Urquijo
Vuelvo a España por Navidad y me encuentro con conocidos a los que hace tiempo que no veo, ni siquiera por Facebook (que ya es decir). Así que toca resumir tu existencia en un par de frases concisas, como si eso fuera posible, para ponerse al día de forma educada sobre los progresos vitales. Después de varios encuentros, puedo ya reconstruir el patrón de conversación: primero me preguntan por dónde ando ahora. Les respondo que por Bucarest. Acto seguido vienen ojos en blanco por parte de mi interlocutor. A veces provocados por el esfuerzo de discernir la diferencia entre Bucarest y Budapest (yo también solía confundirlos). Cuando por fin les confirmo que sí, que me he ido a vivir a la capital de Rumanía, lo siguiente que me suelen espetar es un sorprendido «¿por qué?». A veces, directamente, es un «¿para qué?», que es similar al por qué pero suele estar seguido por un «narices te has ido allí», o alguna palabra peor.