Bucarest

El día que renuncié a mi nombre

El otro día me cambiaron el nombre por decimocuarta vez desde que salí de España. Ya no me llamo Nacho, ahora me llamo Hasem. Y lo más extraño de todo no es que alguien haya decidido efectuar ese cambio por iniciativa propia, sino que yo lo haya aceptado de buen grado y empiece ya a responder a ese nuevo apelativo. “Tu café, Hasem”, “Gracias, señorita, que tenga un buen día”.

Se ha escrito mucho sobre los problemas de adaptación de los inmigrantes a las nuevas culturas. Lo último, el absurdo debate sobre el burkini (que cada uno se ponga lo que le dé la gana para ir a la playa, ¿no?). No se habla tanto en cambio sobre la enorme cantidad de pequeñas concesiones que tiene que hacer un recién llegado para encajar en una nueva cultura. Y no estoy hablando de grandes cambios en el día a día, que se aceptan porque se esperan: está claro que si te mudas de país es muy probable que te empiecen a hablar en otro idioma. Hablo de los pequeños detalles, esos que parecen elementales para los que están acostumbrados a ellos, pero que representan el mayor reto para el que los desconoce.

(más…)