Autor: Adrián Badía
Roma me acogió con una intensa lluvia que hizo crecer el Tíber hasta inundar los paseos laterales de la parte baja. Pusieron cintas policiales arriba para prohibir el paso, y no se pudo caminar o correr a la altura del río casi en toda la semana. Me encantó.
La llegada fue extraña. Booking, considerando que me había gastado lo suficiente en el alojamiento como para justificar el detalle, me había pagado el taxi desde Ciampino hasta el apartamento. Además, y, por primera vez en mi vida, alguien me esperaba en la puerta de salida sujetando un cartelito con mi nombre. Nunca me ocurrió durante mi estancia en Londres, cuando cogía un avión al mes —por aquel entonces empecé a colaborar con este blog, hace casi diez años—, ni tampoco en los cuatro años que pasé viajando, cada dos o tres meses, desde Barcelona a la capital inglesa. El cartelito también me encantó.
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