Laura Ledo

Hong Kong

Cualquier día

Texto y fotos por Laura Ledo

Cuando me despierto, no importa lo temprano que sea, me incordia la luz. Aún con el cuerpo entumecido me pregunto por qué la ansiedad mañanera de los conductores del barrio. Los autobuses apurados, los semáforos lentos, las caravanas inaceptables con la melodía irritante de las bocinas… Señores, que son las seis de la mañana. La vecina de al lado abre la reja de la puerta con un empujón descuidado y es la señal definitiva: el día ha comenzado. A partir de aquí es el reloj y el metro, las escaleras mecánicas abarrotadas, las mareas, los sándwiches para llevar, las señoras en la calle que te ofrecen periódicos en chino absoluto –y con tu cara occidental, les sonríes fugazmente “no entiendo ni una palabra (todavía)”–. La cuesta al trabajo, la humedad en el edificio, las sardinas en el ascensor y de nuevo el reloj, pero con risas de niños y pequeñas victorias lingüísticas. Así es la semana, eminentemente.

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Hong Kong

Naranjas y monos (sobre el Año Nuevo Chino)

Por Laura Ledo

En la lucha de Hong Kong, quien aprecia la tranquilidad de los días, se agobia. Aquí no hay horizontes anchos o espacios abiertos. El cielo está un poco más lejos, más alto que en la planicie castellana o los acantilados de Fuerteventura. Como si las colmenas en las que se aprietan las familias hongkonesas explicitaran, midieran exactamente la distancia entre el sol –estos días escondido– y la tierra. Como escaleras, grises y vivas. (más…)

Hong Kong

7000 km.

Por Laura Ledo

Hong Kong no estaba a 7000 km de distancia. Quien me hizo el cálculo de la separación ineludible se quedó corto. Digamos que está muy lejos. Y yo estoy aquí desde hace dos semanas. Al poner el pie en el taxi más viejo que vi nunca y mirar por la ventana lo que podía de los rascacielos, pensé que me había equivocado alejándome de “los míos”. Pero es mejor evitar el pánico.

Dos semanas me han dado para entender que aquí la gente siempre tiene prisa. Que las instalaciones están inteligentemente preparadas para no perder el tiempo. Que las colas son enormes pero se mueven rápido, como los cuatro ascensores del edificio eterno en el que cada día enseño español y en los que es raro escuchar Good morning pero habitual excuse me cuando se quiere salir y estamos como sardinas en lata. Las casas son pequeñas y diré que frías: ha coincidido mi llegada con la mayor ola de frío que vive esta zona del planeta desde hace unos 70 años. Ajá. Ya lo echaré de menos cuando llegue la estación del derretimiento.

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