Por Silvia Sánchez.
Intento recordar cuándo fue la última vez que escribí. Cuántas veces he abierto este documento para volver a editarlo una y otra vez. Borrar, añadir otro párrafo. Cambiar el orden. Borrarlo todo otra vez. Mirar la pantalla en blanco, buscando la inspiración que por un extraño motivo solo me visita después de un par de copas de vino…Son las diez de la noche, pero sin copa de vino en la mano.
Con dificultad recuerdo mi última noche en Madrid, hace casi cinco años y medio. Jugando con mi perro, hablando con mis hermanas. Algunos mensajes de despedida. La maleta sin hacer por culpa de esa emoción que te embarga antes de cualquier viaje.
Aquí, ahora, dos gatas a los pies de mi cama, mi bebé a un metro de distancia y mi -espérate que aún no me acostumbro- futuro marido al otro lado del colchón. Cookie se me acerca ronroneando. No hay manera de contaros todos los cambios del último año y medio. Bromeo con mi hermana , “ya no sé hablar”. Y escribir menos.
Hay quien piensa, o me dice, “cómo has crecido”. ¿Crecer? ¿Era esto crecer? Qué poco me conocen. Supongo que crecer es acostumbrarse, entre otras cosas, a las despedidas. Y yo no he podido. Mi familia cada vez que vuelvo aquí, mi madre en el control de seguridad. Mi primer y mejor amigo dejando la ciudad sin saber cuándo volverá. Amigos que se van, que “vuelven”. No seré la primera a la que se le rompa el corazón cada vez que se dice adiós, pero joder, cómo duele.
Tener la sensación de que el tiempo se escurre, se escapa. Durante un tiempo pensé que me había perdido a mí misma también, en el camino. Después recordé, eso que tanto me repetía a mí misma con 19 años, sigue tu instinto, “follow your gut”. Que la vida son dos días, que de qué sirve guardar ese vestido tan bonito para un día especial, vaya tontería no escribir ese mensaje a ese alguien en quien llevas pensando todo el día. Si algo he aprendido desde que llegué aquí, es a vivir. A darme cuenta de que tal vez nunca tenga mi propia casa o que en realidad lo último que quiero es gastarme unos ahorros que no tengo en una boda y un vestido que solo me pondré un día. A aprender a vivir con poco, a pensar un poco menos en las cosas porque para qué darle tantas vueltas a algo que te apetece tanto hacer, como teñirse el pelo de rosa.
Que quizás nunca llegue el momento adecuado para empezar una familia.
Y llegó Dylan, un 19 de diciembre después de tres intensos días en los que tiré la toalla una y otra vez, pero que pasaron a la historia tras ver esos ojos, esas manitas. Ese calor corporal, esos pies minúsculos. El latido de un corazón tan cerca por fin y no a través de un monitor. Qué dificil es explicar esto de la maternidad. “Quien lo probó lo sabe…”.
Yo le miro, y pienso en las vueltas que ha dado la vida, mi vida, hasta traerle hasta mí, hasta nosotros. Esos cuentos en lo que yendo a una página u otra podías elegir tu historia. Ahora sé que este cuento no podía tener otro final. Y qué felicidad.
Autora (texto y fotos)
Silvia Sánchez
500px.com/silviosis
Nice, even though I had to read it through Google Translate. I need to come by and see how Dylan has changed.
Also , I think that this «25, inhabitant of the windy city (aka Edinburgh) and beauty lover.» could be updated 🙂 , time flies !