Por Silvia Sánchez
Ayer en el trabajo, una hora antes de cerrar la tienda, entró uno de nuestros clientes habituales. Mujer, unos 60 años, viene casi todos los días con sus libros y sus apuntes a tomarse un café al final del dia. Dejo lo que estoy haciendo y me acerco al mostrador a atenderla. Conversación de costumbre hasta que menciono cómo me gustaría poder irme unos días de vacaciones, ir a visitar a mi familia, go back home for a few days.
– And where is home?
– Home is Madrid, Spain.
– Oh… lovely! Always wanted to visit Madrid. Museo del Prado, Reina Sofía…
– Well, you still got plenty of time…
STILL? ¿Le acabo de decir a la pobre mujer que “todavía” tiene tiempo…? Y en lo que a mí me parecen horas pero probablemente fuera una milésima de segundo, ella me mira perpleja, y a continuación se ríe, supongo que para quitarle importancia al asunto. Y yo… Yo quería que me tragara la tierra.
Aún recuerdo con nitidez mis primeros días en el trabajo. El día que entregué mi currículum en la que ahora es mi tienda, y la llamada que recibí diez minutos después. Lo único que entendía en aquel momento era que alguien preguntaba por mi, me llamaban de un Starbucks, y algo de una entrevista.
Podría decirse que mi vida desde entonces ha sido unir y unir puntos. Tack-tack-tack… anda… ¡Si alguien me ha echado un piropo!
Mi conversación en inglés era más bien pobre, por no decir inexistente. En el colegio desde pequeñitos nos enseñan vocabulario, gramática, alguna que otra canción, un par de ‘listenings’ a la semana y un examen oral de diez minutos al final de cada trimestre (como mucho). Mi oído tal vez estaba más desarrollado, gracias a mi interés por ver peliculas y series en versión original -subtituladas, sí-, pero a la hora de la verdad, 0.
Mañanas y tardes enteras haciendo cafés sin parar, sin apenas hablar con nadie. Excuse me? Mi respuesta el 90% de las veces. Semanas duras, cuando te das cuenta de que no te puedes comunicar como te gustaría ni con tus compañeros. Momentos en los que piensas que jamás vas a poder mostrarte como eres por culpa del lenguaje. Supongo que es cuando más falta me hizo ver una cara conocida… Estaba triste, sí. Hasta que un día te lo planteas como un reto.
“Hoy voy a intentar preguntarle a un par de personas qué tal les ha ido el día”. Y el primer día no entiendes nada, el segundo un poquito más, y al tercero… No nos vamos a mentir, aún sin enterarte. Pero vamos poquito a poco, perseverando. Y no te das cuenta, pero después de unos meses tu jefe te dice cómo ha mejorado tu inglés, los clientes empiezan a recordar tu nombre y preguntarte qué tal y por fin entiendes al chico de Glasgow que trabaja contigo -o casi-. Porque amigos… Lo del acento escocés es otro asunto.
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Pero por fin conectas, un lazo se estrecha, y luego otro… Y pronto empiezas hasta a bromear en inglés.
Supongo que no solo me pasa a mí, hay momentos durante el aprendizaje de un idioma, en los que sientes que no mejoras, que estás estancado. Yo tengo mis días, días de bad english. A veces estoy cansada, otras me acabo de levantar, otras simplemente no me apetece dirigirle la palabra a nadie, y otras la cago como ayer y le contesto una estupidez a alguien porque mi boca se mueve un poquito más rapido que mi cerebro. Pero también hay días buenos, en los que nada más abrir los ojos me sale un good morniiiiiiiiiiing sin pensarlo dos veces, y todo parece tan natural que ni pienso en lo excepcional que resulta decirle I love you a mi compañero de almohada.
Autora (texto y fotos)
Silvia Sánchez
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