Cristales Rotos

Por Carlos Fernández

“Acabábamos de ‘pillar’ hachís y marihuana, pero la policía nos prendió.  No es normal que se metan en los ‘negocios’ de la favela, pero sacaron las armas, nos pusieron contra el coche,  y nos llevaron a comisaría. Por el camino nos amenazaron. Al parecer, se había acabado la vida para tres chavales de clase media alta. Sin embargo, al llegar, nos dijeron que pasáramos como si fuésemos sus amigos. Allí, en plena oficina, en un despacho que había vacío, mientras imprimían los papeles que nos condenaban, nos instaban a llegar a otro tipo de acuerdo. No teníamos lo que pidieron, pero nos acompañaron, casa por casa, y dimos lo que pudimos: 600 Reais y un reloj, 500 reais… Luego volvimos a la Comisaría, nos devolvieron la droga y nos marchamos. Siempre hay otro “jeito”, “otra manera” de solucionar las cosas en Brasil”. B.M, ciudadano brasileiro.  

​“Quem precisa de policia?”, se pregunta una de las pancartas que hace un año acompañaron las revueltas del país. Lo cierto es que no corren buenos tiempos para la policía, sobre todo para la Militar; y es que en Brasil no es fácil hablar de ello, tienes que especificar. La estructura sigue una organización de divisiones y subdivisiones, compleja. Está la Policía Federal, para todo el país, encargada sobre todo de las fronteras; y luego cada uno de los 27 estados tiene su propia Policía Militar (que lleva las detenciones) y Civil (para la pericia e investigaciones); y de cada una de estas policías civiles y militares, salen otras muchas con sus propios batallones, estructuras, reglamentos, vehículos, uniformes, etc. Es decir: una fuerza -la militar- es encargada de arrestar el crimen; mientras que, la otra, se encarga de los registros, encarcelamiento y todos los pasos hacia el Ministerio Público. Un proceso dividido en dos, que no sólo nubla y complica cualquier procedimiento; si no que además, ha provocado un conflicto de competencias y disputas en los comandos de ambas organizaciones.

Hace apenas dos meses, tuve la suerte de pasar el Carnaval en Sao Luiz de Paraitinga. Es lo que denominan “Carnaval de Rua”, lejos de la playa, en el interior. Alegría, cánticos,  bailes y 50.000 personas, en un pequeño pueblo donde  todo está permitido: “es carnaval”. Un sentimiento, tan apasionado, que aleja, por una vez, a todos los brasileiros de las preocupaciones diarias que tienen acerca del funcionamiento de su país. Aunque no a todos. Un anciano, que en plena marea humana se dedicaba a repartir botellas de agua, no parecía estar conforme. “Ahora es Carnaval, luego la Copa del Mundo, los. Juegos Olímpicos… No quieren que la gente vea”, señalando con la mirada, de forma disimulada, uno de los puestos que había de Policía Militar.

“Es mejor que ni les mires”, comenta un amigo brasileiro. En sus rostros, lejos de transmitir una sensación de seguridad, reflejaban algo similar a lo que puedes sentir cuando ves un grupo de antidisturbios cargando a escasos metros de ti. Imponen el orden con el miedo, seguramente porque, como señalaba para Veja la concejal de educación de la Secretaría Estatal de Seguridad Pública de Río, Luciane Patrício,  “todavía predomina una doctrina de formación militar en la que existe un enemigo público que debe ser perseguido”.

La antropóloga Haydée Caruso realizó una investigación observando cómo las principales instrucciones de formación, de los Policías Militares de Río, venían de manuales de la década de los 80, elaborados por el coronel Carlos Magno Nazaret.  “Las academias de hoy forman profesionales inseguros que tienen poco conocimiento sobre la realidad de las calles y sobre lo que entiende la población de un policía. El entrenamiento, de cierta forma, mejoró, pero no es suficiente para desarrollar los patrones de comportamiento que establece el agente con la población”. Caruso hace referencia a una “cultura policial” vigente, que fue concebida para finalidades no vinculadas a una sociedad democrática,  sino a una época dictatorial. Un hecho que ha derivado en corrupciones de todo tipo, respaldadas incluso por el poder, donde lo único que importa es ganar dinero: un Policía Militar en Sao Paulo no gana más de 660 euros.

Policial​​

Con su compostura firme y aquella mirada, de orden y miedo, ellos estaban externos al carnaval. Uniforme gris, chaleco antibalas y la mano en el arma, cualquier paso en falso es una “bala perdida”,  tras la que darán un parte de resistencia a un Tribunal Militar y saldrán a la calle; mientras que tú pasas a formar parte de una cifra, como la que en 2012 dejaba un promedio de cinco personas muertas por día.  Es decir: un total de 1.890 fallecimientos a manos de la policía, según un estudio sobre 23 estados del Forum de Seguridad Brasileño. La cifra conmocionó a parte del país hace dos años, tanto que intervinieron Comisiones de Derechos Humanos con audiencias, ¿algo ha cambiado? El mes de enero de este año nuevamente ha dejado un dato escalofriante: 76 personas muertas por Policías Militares (PM) en Sao Paulo, un promedio de dos por día. “Fue poco”, afirma el concejal Paulo Telhada, que antes de dedicarse a la política fue coronel de la ROTA (uno de los batallones de la PM). Y continúa Telhada, “cuanto más vagabundo en el hoyo mejor, porque es menos gente en el hoyo. Yo no gusto de bandido, gusto del ciudadano de bien”.

​Han tenido que pasar 20 años para juzgar lo que ocurrió dentro de los cimientos de Carandirú, donde 111 reclusos y 26 agentes murieron para frenar una rebelión carcelaria. A los 23 policías militares, ya condenados con 156 años de cárcel, se han unido hace unos días 15 policías más durante 48 años. Sin embargo, ¿qué hay de los que ordenaron la acción? De los encargados al mando en ese momento, el gobernador de la provincia, Luiz Antonio Fleury, el secretario de seguridad pública, Pedro Franco, y el coronel, Ubiratan Guimarães, sólo hubo un juicio, en 2001, contra el coronel.  Fue condenado a más de 600 años en régimen cerrado, pero la Justicia le permitió el cumplimiento de la pena en libertad. Posteriormente, el juicio fue anulado y Guimarães fue electo diputado provincial en 2004.

No es sólo el debate y la violencia policial. La fuerte corrupción en unos poderes sin división, unida a una profunda desigualdad de clases, ha provocado la marginalización de ciertos sectores de la sociedad. Es lo que denominan “preconceito”: una imagen negativa, creada sobre algo que en realidad no conocen en persona; que tiene su máximo reflejo en unas favelas, donde  la subsistencia ha creado un sistema de narcotráfico y delincuencia cerrado. El último estudio de la UNODC (United Nations Office on Drugs on Crime), señalaba que Brasil es uno de los tres principales países de origen de la cocaína, donde el que quiere “pó” (polvo), o marihuana, tiene que ir a la favela.  Pagar, dar la vuelta a la manzana, cogerlo, dejar propina y marcharse. Todo sin bajar del coche. Hay favelas tranquilas y otras en las que tienes que levantar la camiseta, apuntado bajo un arma, para ver que estás limpio. Es el día a día. Todo el mundo, y nadie, forma parte de El Sistema, perfectamente organizado alrededor de un ‘equilibrio inestable’, entre traficantes y policías, donde la vida vale una bala.

Guerra encubierta

​Policías, bajo un lema: “bandido bom é bandido morto”. Traficantes, bajo otro: “si la policía es el brazo armado del gobierno contra los pobres, el crimen es el brazo armado de la favela contra los ricos”. La imagen del ejército para apaciguar las favelas de cara a la Copa del Mundo es sólo un detalle más de que aquí está ocurriendo algo. Las redes sociales se han hecho testigos en los últimos años de un conflicto declarado. Por un lado, podemos encontrar páginas como “Nois não falha em missão 1533 pcc”, apoyando al “Primeiro Comando da Capital”, la mayor facción criminal del país, que cuenta con más de 5 mil seguidores; o también, páginas a favor de la violencia policial. En ambos sitios, las publicaciones contienen un alto nivel de agresividad, con vídeos y fotos de bandidos y policías muertos, disparos en la cabeza en los que hace zoom el fotograma, ejecuciones… Infinidad de imágenes que pueden herir sensibilidades, pero que forman parte de una realidad encubierta internacionalmente, con víctimas diarias: una guerra. El pasado 16 de abril, sin ir más lejos, fue eliminado de la red un vídeo expuesto en una página no oficial, en la que dos policías se burlaban de un herido de bala que agonizaba en el suelo: “va a volverse famoso, ladrón, muriendo aquí ”. El comandante general de la PM, Roberto Meira, ha declarado que se están investigando a los posibles policías, pero que en realidad, «lo que no se puede hacer es publicar este tipo de contenidos».

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​¿Quién necesita de policía?», se preguntaban hace un año y, al parecer, no han recibido una respuesta. Y todo el mundo, a pesar de hablarlo con preocupación, no encuentra un método de solucionarlo. Según el Coordinador del Centro de Estudios de Criminalidad de la Universidad Federal de Minas Gerais, Claudio Beato, la solución estaría en “la creación de una policía paralela, metropolitana, hasta la sustitución completa de la actual”. Otros abogan por la desmilitarización y la oportunidad que va a suponer que la policía brasileira entre en contacto con responsables de seguridad de Europa y EEUU durante el Mundial, “habrá un choque de valores inmenso”, afirman en el blog Outro Punto.

Sólo el futuro sabrá lo que deparará a la quinta potencia económica del mundo. La «vuelta a la manzana» de las favelas, «para pillar», continúa; los sobornos a los policías para no parar las “bocas de fumo”, también. Un «equilibrio inestable», que es saldado con muertes y asaltos, que aportan razones para buscar una transformación más allá de la -ya lograda- economía. Preocupaciones diarias, que en pleno carnaval, erizan solamente la piel de aquel anciano, pero que son un sentimiento, tan apasionado, que a seis meses de las elecciones y a dos meses del mundial, viven en cada rincón, en cada debate, en cada corazón, de una grande, pero frágil, Brasil.

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Un manifestante durante las revueltas en plena Copa Confederaciones/ Archivo: Terra

Autor
Carlos Fernández
carlosfernandezgomez.blogspot.com
@Carlosfdezgomez

Esta entrada fue publicada originalmente en el blog Camino…

2 Comments

  1. Le he dado me gusta a esta publicación y realmente no estaba segura de si hacerlo porque en realidad no me gusta lo que he leído, me gusta el articulo y como está contado pero no la historia, porque muestra una imagen de Brasil que me parece horrible, soy consciente de que es una descripción de Brasil muy real, la parte fea del país por decirlo de alguna manera y te admiro por ello porque hay que tener mucho valor para escribir algo así.Cuando escucho la palabra Brasil, vienen a mi mente cosas como playas enormes de blancas arenas, diversión, alegría, un ambiente cálido acogedor, un lugar paradisíaco en general, sin embargo tras leer esto de pronto me imagino un mundo inseguro, sucio, miserable, triste. Describes una sociedad que vive con miedo, una sociedad en la que el poder esta divido en dos, por un lado la mafia y por otro lado la policía y en donde la única opción del pueblo es ver, oír y callar, no me gustaría vivir ahí, y no estoy muy segura de querer ir de vacaciones, y aunque no dudo de que todo lo que cuentas es cierto pues lo has vivido en primera línea, quiero creer que no todo es tan negro ¿Es tan fiero el león como lo pintan? espero que no. Yo por mi parte seguiré soñando con el Brasil que me gusta, ese de las agencias de viajes, tal vez así algún día me anime a visitarlo.

    1. Antes de nada agradecerte tu participación, MC.

      Desgraciadamente es así, ¿a quién pueden gustarle? A nadie. Pero son cosas que están pasando (te invito a que preguntes a brasileiros, sintonices algún canal del país o entres en algunos de sus diarios). Todo lo que cuento son cosas que he fundamentado, visto y olido. Precisamente como requiere una profundización, he esperado más para hablar de ello.

      Brasil no es un infierno. Es un país que adoro, que me ha acogido y que la gente tiene que conocer. Que está creciendo mucho, que tiene personas increíbles y una diversidad étnica y paisajística asombrosa, pero como comento en otras publicaciones: es un país de contraste marcado, de cosas buenas y malas.

      Tenemos que separar la visión turística de la realidad socio-política. No tienes sino que ver las revueltas que se están produciendo en Río para darte cuenta que algo tiene o debe cambiar. Precisamente, se están dando cerca de eventos internacionales para conocerse mundialmente, si lo que hacemos es cerrar los ojos y quedarnos con las imágenes que nos venden las agencias, flaco favor estamos haciendo.

      Te invito a que sigas participando en futuras publicaciones. Yo seguiré contando, sin miedo, todo aquello que veo. Lo bueno y lo malo.

      Un saludo.

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